Alla promessa i sorrisi nascondono lame
En La Promesa, los instantes que parecían de calma vuelven a quebrarse cuando las sonrisas esconden secretos afilados como cuchillas. Nada es lo que parece y cada gesto encierra una amenaza. Catalina, agotada de cargar con silencios, reúne el valor para enfrentarse a Cruz, la temida marquesa. Frente a ella, con los ojos firmes pero humedecidos por el dolor, revela lo que llevaba tanto tiempo guardado en el alma: la verdad sobre la llegada de Pelayo a la finca. No vino movido por amor ni respeto, sino siguiendo un plan manipulado desde la sombra por la propia Cruz. Sus palabras caen como losas, derrumbando la fachada de hipocresía con la que la marquesa había cubierto sus intrigas. Catalina ya no busca explicaciones ni pretextos; desea liberarse del peso de sentirse usada. Por ello toma una decisión que sacude a todos: marcharse del palacio, incluso antes de ser madre, para no criar a su hijo entre venenos de mentiras y traiciones.
Mientras esa revelación hiere como un hierro candente, en los salones del servicio se respira un aire distinto. Las criadas, unidas en complicidad, preparan con cariño la fiesta secreta en honor a Ana y Manuel. Cada detalle —desde los adornos improvisados hasta los dulces horneados lentamente— nace del afecto genuino que todos sienten por la pareja. Cuando al fin la celebración comienza, el ambiente se llena de risas, música y alegría compartida. Ana y Manuel, tomados de la mano, sonríen con la pureza del amor verdadero, olvidando por un instante las tensiones que los rodean. Sin embargo, no todos comparten esa felicidad. Petra, siempre atada a las rígidas normas de la marquesa, observa con disgusto. Para ella, la fiesta no es más que una ofensa intolerable. Llena de rabia, corre a advertir a Cruz, suplicándole que acabe con lo que considera una provocación.
La calma dura poco. En otro rincón del palacio, el misterio del pasadizo secreto vuelve a encender la curiosidad. Lope, Vera y Marcelo han conseguido varias llaves con la esperanza de abrir aquella cerradura que parece resistirse con obstinación. Una a una fracasan, alimentando la frustración de los tres. Pero no están dispuestos a rendirse: saben que tras esa puerta puede hallarse una verdad capaz de cambiarlo todo. La incógnita sigue viva, y con ella la tensión que palpita entre las piedras del sótano.

Mientras tanto, Petra lleva a cabo su propio plan con fría determinación. Cumple la amenaza que había lanzado contra Ricardo Pellicer y destapa ante Santos una verdad sepultada durante años. Cada frase que pronuncia corta como una daga. El joven, al escucharla, siente que el suelo se derrumba bajo sus pies: el hombre que debía ser su guía se revela manchado de mentiras. Ricardo, abatido e impotente, no logra sostener la mirada de su hijo. El vínculo entre ambos se rompe en mil pedazos, imposible de recomponer. Y Petra, observando el sufrimiento ajeno, se complace en su triunfo, decidida a hundir no solo a Ricardo, sino también a doña Pía.
En paralelo, Cruz explota de furia al descubrir la fiesta en la zona de servicio. Para ella es una mancha en el prestigio de la familia. Sus palabras contra la nuera, Jana, destilan veneno. Pero la joven no se deja amedrentar. Se aferra al vínculo con los criados, a quienes siente como parte de su vida. El enfrentamiento entre ambas mujeres revela dos mundos irreconciliables, condenados a chocar una y otra vez. Leocadia, con aire conciliador pero con intenciones ocultas, interviene recordándole a Cruz que ella misma no procede de una familia noble. La marquesa, irritada, corta sus palabras en seco, incapaz de aceptar esa verdad que expone su fragilidad. Cada vez que pierde el control, su autoridad se tambalea más a ojos de los demás.
Catalina, en medio de todo, continúa siendo el centro de la tormenta. Simona y Candela, como dos madres protectoras, la convencen de quedarse, prometiéndole apoyo y cuidados cuando llegue el niño. También Leocadia insiste: no debe huir, sino enfrentar las dificultades. Manuel, destrozado ante la posibilidad de perder a su hermana, ruega entre lágrimas que no se marche. Pero Catalina está convencida de que marcharse es la única salida para proteger a su hijo. Es entonces cuando Jana interviene con su sensibilidad y firmeza. Intuye la lucha interior de Catalina y, sin revelar aún su plan, promete que no permitirá que la joven abandone la finca. Para Jana, como para Manuel, esa partida sería ceder ante las manipulaciones de Cruz.
La estancia de Leocadia, por su parte, es motivo de creciente inquietud para la marquesa. Cada palabra suya parece esconder un doble sentido. Petra alimenta esas dudas, sugiriendo que investigue qué hizo la mujer durante sus años de ausencia. Cruz, cada vez más presa de la desconfianza, percibe que detrás de la aparente cordialidad de Leocadia se oculta un peligro.

Mientras tanto, el regreso de padre Samuel se acerca, noticia que llena de ilusión a María Fernández. Desea traerlo de vuelta a la Promesa, pero Petra, inflexible, le niega esa posibilidad. No piensa permitir que el sacerdote cruce otra vez las puertas del palacio. Su negativa es tajante, un muro imposible de derribar. María queda atrapada entre la esperanza de reencontrarse con Samuel y la férrea oposición de la gobernanta.
En los sótanos, Marcelo, tras semanas de esfuerzos fallidos, cree haber encontrado una nueva pista para abrir el pasaje. Lo comparte con Lope, Vera y Teresa. La emoción se mezcla con el miedo: lo que aguarda tras la puerta puede cambiar la historia de todos. Con el corazón acelerado y la determinación de no rendirse, se preparan para dar un paso que podría iluminar los secretos más oscuros de la Promesa.
Las paredes parecen susurrar que el destino está a punto de desvelar aquello que durante tanto tiempo ha permanecido oculto. Entre verdades reveladas, fiestas prohibidas, venganzas consumadas y misterios que laten bajo tierra, la Promesa se convierte en un campo de batalla donde cada sonrisa puede serconde una traición y cada palabra puede ser la chispa de una tormenta.