Nei prossimi capitoli della serie La Promessa

En los próximos episodios de La Promessa, la tensión dentro del palacio alcanzará un punto crítico. Cristóbal, cegado por el deseo de imponer su autoridad, mostrará un rostro cada vez más cruel y despiadado. Tras reprender duramente al personal por atreverse a recordar a Rómulo, lanzará una amenaza que helará la sangre de todos: comunicará al marqués su intención de reducir los sueldos de cada trabajador como castigo. Sus palabras, frías como el acero, se clavan en los corazones de los sirvientes, que sienten que la sombra del miedo comienza a sofocarlos.

En la cocina, el ambiente se vuelve irrespirable. María Fernández agacha la cabeza intentando contener las lágrimas, mientras López aprieta los puños con rabia, incapaz de soportar más humillaciones. Simona, con la mirada perdida en la olla que remueve sin parar, lucha por no derrumbarse; cada giro de la cuchara es su forma de resistir a la angustia. Hasta Petra, siempre servil y dispuesta a plegarse ante cualquier autoridad, deja entrever un instante de incomodidad. El recuerdo de Rómulo, prohibido de golpe, parece arrancarles un trozo de alma.

La amenaza de Cristóbal cala hondo: si la lealtad de los empleados se inclina hacia el pasado y no hacia el presente, entonces pagarán el precio en carne propia, o más bien en su bolsillo. Anunciará que pedirá al marqués un recorte salarial inmediato. Este anuncio provoca indignación y miedo a partes iguales. Pia, con el corazón encogido, apenas logra contener el grito que se forma en su garganta. Manuel, al escuchar de lejos parte del discurso, se detiene furioso, pero decide no intervenir en ese instante, consciente de que enfrentarlo solo empeoraría las cosas.

Esa noche, la calma del palacio es solo aparente. En secreto, los sirvientes se reúnen en la vieja despensa, un lugar cargado de recuerdos. Allí, en la penumbra, las emociones estallan. López golpea la pared con rabia, Candela grita que no son esclavos, y Simona, con la voz rota, recuerda que Rómulo jamás habría tratado así a quienes servían la casa. La sensación de injusticia se convierte en un fuego que corre por las venas de todos. María, con mirada firme, advierte que si aceptan este abuso en silencio, Cristóbal se sentirá dueño absoluto de sus vidas. Y entonces López pronuncia la palabra que marcará un antes y un después: huelga.

El eco de esa palabra resuena en la despensa como un juramento. Aunque el miedo es grande y algunos dudan de las consecuencias, Pia se levanta y confirma que callar solo traerá más castigos. Poco a poco, uno tras otro, Candela, Simona y Teresa expresan su apoyo. Todos, salvo Petra, que permanece distante, impasible, como un espectro neutral. Esa noche nace una alianza silenciosa: resistir a la tiranía del nuevo mayordomo.

Cristóbal, ajeno al complot, redacta la carta que sellará el destino del personal. Pero al abrir la puerta de su despacho se encuentra con todos los sirvientes alineados frente a él. López le entrega un documento: un ultimátum en el que anuncian la huelga si no retira la reducción salarial. La furia se refleja en los ojos de Cristóbal, que no puede creer el atrevimiento. Sin embargo, Pia y Simona lo enfrentan con palabras firmes: la dignidad no puede negociarse.

La mañana siguiente el palacio se transforma en un escenario insólito. Los pasillos están silenciosos, las camas sin hacer, la mesa del desayuno vacía. Los nobles se sorprenden y molestan por el desorden. Manuel, desconcertado, baja a la cocina y descubre el desafío: todos los sirvientes en huelga. Exige explicaciones a Cristóbal, quien se limita a responder que todo ocurre por una carta que ni siquiera ha enviado aún. Manuel, indignado, lo presiona para que dé marcha atrás, pero Cristóbal se niega rotundamente, convencido de que ceder significaría perder su autoridad.

Es entonces cuando aparece Leocadia. Con un aire frío y calculador, interrumpe la disputa para dejar clara su posición: o los trabajadores vuelven a sus puestos, o serán despedidos sin contemplaciones y reemplazados por otros más sumisos y baratos. Sus palabras caen como un martillo sobre los corazones de los sirvientes, que sienten el miedo morderlos de nuevo. Petra es la primera en quebrar el silencio y decide retomar el trabajo. Uno a uno, los demás, entre lágrimas y frustración, la siguen, como si un veneno de derrota se extendiera por la cocina. Leocadia sonríe triunfante: ha doblegado su espíritu.

Esa misma noche, Leocadia se reúne con Cristóbal y juntos planifican un nuevo régimen de control. Deciden redistribuir tareas para humillar aún más al personal y quebrar a los más rebeldes. María será enviada a limpiar las cuadras, Candela cargará con la leña, Simona deberá encargarse de la ropa más sucia y Pia quedará subordinada a Petra, una humillación destinada a destruirla por dentro. Además, acuerdan eliminar poco a poco a los más incómodos, empezando por los que levantan más la voz.

Pero el destino les prepara una sorpresa. Mientras Cristóbal camina por los pasillos, un murmullo creciente recorre la casa. Los sirvientes se precipitan hacia el vestíbulo, sus ojos abiertos de par en par. Lo imposible ocurre: Rómulo ha regresado. Su figura imponente, su paso firme y la serenidad en su mirada devuelven la esperanza a los corazones de todos. El palacio, sumido hasta ese momento en el miedo, vibra con una energía nueva.

Cristóbal desciende las escaleras tratando de mantener la compostura, pero el temblor en sus manos lo traiciona. Rómulo lo enfrenta con calma y firmeza, dejando claro que su autoridad es ilegítima. Los sirvientes contienen la respiración; por primera vez ven al tirano vacilar. Rompiendo su silencio, Rómulo abre una carpeta llena de documentos y declara que irá directamente al marqués para revelar la verdad sobre Cristóbal.

La revelación estalla como una bomba en el corazón del palacio. Alonso, sorprendido al ver a Rómulo, escucha en silencio mientras descubre que Cristóbal no es un simple mayordomo, sino un asesino a sueldo que ha trabajado para nobles en la sombra. Y lo más impactante: Cristóbal es el verdadero padre de Ángela, la hija de Leocadia. El marqués, devastado, ordena inmediatamente que se les expulse de su casa.

En una escena desgarradora, Ángela enfrenta a su madre entre lágrimas, reprochándole haberle ocultado semejante verdad. Leocadia, sin escapatoria, trata de arrastrarla, pero Ángela se libera y la rechaza con odio. Finalmente, Alonso sentencia la expulsión definitiva de Cristóbal y Leocadia. Los sirvientes, testigos de este desenlace, sienten que la justicia, aunque tardía, ha llegado.

Sin embargo, la tensión no se disipa. El regreso triunfal de Rómulo cambia el rumbo de todo, pero también abre la puerta a nuevas batallas. ¿Será esta la verdadera caída de Leocadia y Cristóbal, o apenas el inicio de una venganza aún más oscura? El palacio de La Promessa se ha convertido en un campo de guerra donde cada secreto revelado puede volverse un arma letal.