En los pasillos sombríos del palacio de los Luján, donde los secretos y las traiciones son moneda corriente, Petra Arcos parece haber alcanzado un punto sin retorno. En un giro escalofriante, la siempre temida ama de llaves ha mostrado su rostro más oscuro, confesando sin remordimiento alguno un deseo ardiente de asesinar a todos en La Promesa, desde los señores hasta el último criado. Petra ha dejado salir la psicópata que llevaba dentro, y lo ha hecho sin filtros ni arrepentimiento.
Durante una estremecedora confesión con el padre Samuel, Petra admite sentirse consumida por la rabia, el odio y el rencor. Sus palabras hielan la sangre: quiere matar, y lo repetiría una y otra vez como un mantra. “Matar, matar, matar”. Así lo dijo, así lo siente. No es una exageración ni un arrebato: parece una declaración de intenciones.
Lo más chocante no es solo que albergue esos deseos, sino que los haya compartido abiertamente con un sacerdote. Que Petra esté perdiendo la cabeza no es novedad para quienes la conocen desde el inicio de la historia —ha sido una figura inquietante desde el primer capítulo—, pero esta confesión ha dejado a todos boquiabiertos.
Petra ha sido, desde siempre, una mujer marcada por el sufrimiento. Su infancia fue dura, como bien reveló su difunto hijo Feliciano, quien describió a su abuelo como un hombre cruel y abusivo. Aquellas heridas de la niñez la convirtieron en lo que es hoy: una mujer oscura, manipuladora, profundamente religiosa en apariencia, pero con una maldad que parece no tener fondo.
La pérdida de Feliciano, sin duda, fue el golpe que terminó de destrozarla. Desde entonces, Petra no ha vuelto a ser la misma. Su odio hacia el conde de Ayala, padre de su hijo, sigue latente. Él prefirió aliarse con Margarita Chopis y perseguir su propia ambición en lugar de honrar la memoria de su hijo. Para Petra, esa traición cavó una tumba simbólica. Pero, como una serpiente herida, ha estado esperando su momento para contraatacar, y parece que ese momento está muy cerca.
Sin la marquesa doña Cruz —su antigua aliada, ahora encarcelada— Petra está más sola que nunca. Su alianza con Santos también se ha quebrado, pues este se distanció tras ver cómo Petra manipulaba y hablaba mal de su madre Ana. Esto ha dejado a Petra aislada, atrapada entre las sombras de su dolor y su creciente locura. En ese vacío emocional, busca desesperadamente refugio espiritual, y allí entra en escena el nuevo párroco del palacio: el padre Samuel.
El joven sacerdote ha comenzado a acercarse a Petra, quizá movido por la compasión, o por su deber pastoral. Pero lo que ha recibido a cambio es una tormenta emocional y una confesión que roza lo perturbador. Petra no quiere solo hablar de sus pecados, quiere purgar su odio con sangre. Su fijación con el asesinato no se limita al pensamiento: se siente tentada a ejecutarlo con sus propias manos.
Este comportamiento, según algunos expertos consultados, podría estar relacionado con un trastorno antisocial de la personalidad, caracterizado por impulsividad, desprecio por los derechos ajenos y una clara tendencia a la violencia. También se baraja la posibilidad de un trastorno afectivo, como una depresión severa o un episodio maníaco. Sea cual sea el diagnóstico, lo que está claro es que Petra necesita ayuda profesional urgente… aunque estemos hablando de un personaje ficticio.
Lo más irónico de todo es que Petra siempre ha querido proyectar una imagen de devoción religiosa. Ha sido vista rezando, acudiendo a misa, buscando guía espiritual… pero sus actos demuestran que esa piedad no es más que una fachada. Los guionistas han construido con ella el arquetipo de la beata malvada: una mujer aparentemente devota, pero podrida por dentro.
¿Y qué papel jugará el padre Samuel en todo esto? Hasta ahora, ha logrado mantener la compostura, pero tras esta confesión puede que su paciencia se vea puesta a prueba. ¿Será capaz de contener a una Petra fuera de sí? ¿O será él su próxima víctima?
Los antecedentes son preocupantes. Petra ya intentó envenenar a la baronesa de Grazalema con té cargado de cicuta. Afortunadamente, en aquella ocasión los únicos que sufrieron fueron los pobres gatos del balcón. Pero esa historia demuestra que Petra no solo fantasea con el asesinato: ha estado dispuesta a llevarlo a cabo.
Su obsesión con la muerte, su incapacidad para procesar el duelo por Feliciano, y su necesidad constante de control, la han empujado al borde del abismo. ¿Y si esta vez da un paso más? ¿Y si alguien inocente, como los hijos que nacerán esta semana en la serie, se convierte en su próximo objetivo?
Este oscuro panorama se agrava por el hecho de que en La Promesa, todo el mundo parece tener secretos. Las apariencias engañan, y nadie está a salvo. Petra, armada con cicuta o simplemente con su rabia desbordada, es un peligro inminente. Si el padre Samuel no actúa rápido, podríamos estar ante una tragedia anunciada.
¿Y tú qué piensas? ¿Crees que Petra se atreverá a cometer un crimen? ¿O esta confesión ha sido simplemente una llamada desesperada de auxilio? Una cosa es segura: Petra Arcos ya no está en control, y la sombra de la muerte vuelve a cernirse sobre el palacio de los Luján.
La reina de la cicuta ha vuelto a la carga. Y esta vez, no parece tener límites.