Una confesión rompe el silencio y derrumba las alianzas
El ambiente en La Promesa se vuelve cada vez más denso, marcado por revelaciones que desnudan secretos enterrados durante décadas y por decisiones que amenazan con cambiar para siempre la vida de sus protagonistas. Todo comienza con Catalina, quien cansada de callar y de cargar sola con su dolor, da un paso al frente y enfrenta directamente a Cruz. Con la voz firme, aunque impregnada de tristeza, le confiesa que sabe la verdad sobre las artimañas que empujaron a Pelaio a acercarse a ella. No fue un gesto de amor ni de respeto, sino una orden directa de la propia marchesa, que lo manipuló para seducirla con la única intención de debilitarla y apartarla del palacio. Sus palabras caen como una losa, rompiendo la fachada de hipocresía con la que Cruz intentaba ocultar sus intrigas. Catalina, agotada y herida, ya no busca explicaciones. Ha tomado la decisión más dura: marcharse antes de dar a luz, pues no está dispuesta a criar a su hijo en un entorno envenenado por mentiras y traiciones.
Mientras en esa parte de la mansión la tensión alcanza un punto insostenible, en la zona de servicio se respira otro aire. Allí, las doncellas preparan con entusiasmo una celebración dedicada a Manuel y a Jana, un gesto lleno de cariño que une al personal en un clima de alegría. Se oyen risas, canciones, el murmullo de las telas que decoran las paredes y el aroma dulce de los postres horneados. La fiesta comienza y por unas horas la casa se transforma: Manuel y Jana, recién casados, disfrutan de un momento de felicidad genuina, bailando entre los criados como iguales. Sin embargo, esa chispa de armonía no tarda en encender la furia de Petra, siempre fiel a las órdenes rígidas de Cruz. Incapaz de soportar tanta alegría, corre a informar a la marchesa, convencida de que aquello es una humillación imperdonable.
En paralelo, el misterio del pasadizo secreto continúa captando la atención de Lope, Vera y Marcelo. Tras múltiples intentos fallidos, creen haber encontrado la clave para abrirlo, pero la decepción los golpea una y otra vez. La puerta permanece cerrada, guardando con obstinación lo que se oculta detrás. Aun así, ninguno está dispuesto a rendirse: saben que tras esos muros descansa una verdad capaz de cambiarlo todo.
En otro rincón de la historia, Petra cumple con frialdad su amenaza: destapa ante Santos la verdad sobre su padre Ricardo. Cada palabra de la gobernanta hiere como un cuchillo, destruyendo el frágil vínculo entre padre e hijo. Santos, roto por la traición, no puede ni mirar a Ricardo a los ojos, mientras Petra observa satisfecha cómo la familia Pellicer se desmorona. Pero su venganza no se detiene ahí: planea hundir también a Pia, golpeándola donde más le duele.
De vuelta en las estancias principales, Cruz estalla contra Jana por permitir semejante celebración con los sirvientes. La acusa de manchar la honra de la casa y promete que algo así no volverá a repetirse. Jana, sin embargo, no se deja intimidar y defiende su derecho a mantener lazos con quienes considera parte de su vida. El enfrentamiento refleja dos mundos irreconciliables: el rígido clasismo de Cruz frente a la sensibilidad y humanidad de Jana. Leocadia, siempre observadora, aprovecha para recordar a la marchesa que tampoco ella proviene de un linaje noble, pero Cruz reacciona con dureza, incapaz de tolerar ese recordatorio que evidencia lo frágil de su autoridad.
Mientras tanto, Catalina se mantiene firme en su decisión de irse. Simona y Candela, las cocineras que la cuidan como si fueran tías, intentan disuadirla con promesas de apoyo y cariño. Incluso Leocadia la anima a no huir, a quedarse y enfrentar la tormenta. Manuel, desesperado, no acepta que su hermana lo abandone en el peor momento, pero sus súplicas parecen inútiles. Solo Jana, con su mirada práctica y sensible, vislumbra una salida: no está dispuesta a permitir que Catalina ceda ante las manipulaciones de Cruz y se propone hallar un plan que cambie su destino.
El regreso de Leocadia sigue siendo un enigma que atormenta a Cruz. Cada gesto de esa mujer le parece calculado, cada palabra una amenaza velada. Petra alimenta sus sospechas, instándola a investigar dónde estuvo y qué hizo durante los años que permaneció lejos de España. La marchesa, aunque intenta mantener el control, siente cómo su seguridad tambalea.
Paralelamente, el padre Samuel se prepara para salir del hospital, y María Fernández sueña con tenerlo de vuelta en el palacio. Sin embargo, Petra se interpone tajante, negándose a permitir su regreso. La joven criada queda atrapada entre su deseo y la férrea oposición de la gobernanta. Su malestar se intensifica porque, además, no logra ocultar sus sentimientos por el sacerdote. Aunque asegura a sus amigas que jamás ocurrirá nada, su corazón late con fuerza cada vez que lo ve. Samuel, por su parte, también atraviesa dudas: el accidente sufrido lo ha hecho cuestionarse su vocación, convencido de que quizás Dios intenta enviarle una señal.
En medio de este torbellino, Catalina hace una confesión devastadora a Manuel: revela que fue su propia madre quien ordenó a Pelaio seducirla. El golpe emocional para Manuel es enorme. La imagen de rectitud que siempre tuvo de Cruz se derrumba, y la decepción lo consume. El lazo entre madre e hijo se resquebraja irremediablemente.
Antes de marcharse, Catalina se despide de Curro con ternura y le confía la responsabilidad de ayudar a Alonso en la gestión de la finca. Sus palabras, cargadas de afecto y confianza, revelan cuánto cree en la madurez del joven. El momento está lleno de emoción, un adiós marcado por la valentía de Catalina, que afronta el futuro con determinación aunque su corazón esté destrozado.
Mientras tanto, la fractura entre Santos y Ricardo se vuelve irreparable. El joven, enfurecido, revela ante todos que fue Petra quien le contó la verdad sobre su madre Ana. La tensión alcanza un nuevo clímax, y Pia comprende que ha llegado la hora de enfrentar a su enemiga mortal.
En los sótanos, la intriga del pasadizo alcanza su punto decisivo. Tras muchos fracasos, Marcelo y Lope descubren un mecanismo oculto en la pared: una piedra suelta que esconde la llave. El sonido metálico de la cerradura abriéndose les provoca un escalofrío. Finalmente, el pasaje prohibido cede, revelando un misterio que amenaza con sacudir los cimientos del palacio. Lo que se esconde tras esa puerta podría cambiarlo todo: las alianzas, los secretos, incluso el destino de cada habitante de La Promesa.
El futuro está en suspenso, y lo que aguarda tras ese umbral oscuro promete ser más perturbador que todo lo vivido hasta ahora.