Spoiler: Hola, hemos llegado al sábado por la mañana y vengo a contarte algo que…

Lo que se avecina en La Promesa durante la próxima semana promete ser uno de esos capítulos que quedarán grabados para siempre en la memoria de los seguidores. La tensión alcanzará un nivel que pocas veces hemos experimentado dentro de los muros del palacio de los Luján, y todo tendrá como epicentro a un personaje que ya conocemos demasiado bien: el capitán Lorenzo de la Mata, conocido por todos como el “capitán garrapata”.

Hasta ahora hemos visto de lo que es capaz, pero lo que está por hacer supera cualquier límite. Se trata de una acción vil, de un acto que traspasa la frontera de lo aceptable, un delito que no solo afectará directamente a algunos personajes clave, sino que además sacudirá los cimientos de toda la familia Luján y de quienes trabajan para ellos. Y aunque en un primer momento este movimiento del capitán dejará helados a todos, no pasará desapercibido: inevitablemente lo pondrá bajo el foco de todos los que lo rodean y, tarde o temprano, también bajo el escrutinio de la justicia.

Porque, digámoslo claro: este camino que ha tomado Lorenzo no puede tener otro desenlace que el desastre. Con cada paso que da, lo único que consigue es cavar más hondo su propia tumba. Y aunque pueda parecer invencible, incluso él tiene un límite. Lo que está claro es que en esta historia los villanos pueden salir victoriosos durante un tiempo, pero jamás para siempre.

Tras su reciente regreso de la detención, muchos pensaron que su caída ya había llegado. Sin embargo, su vuelta no lo ha debilitado, sino que lo ha convertido en alguien más agresivo, más retorcido y más dispuesto a sembrar el caos. En lugar de mostrar arrepentimiento, ha regresado al palacio con un aire desafiante, como si llevara consigo un veneno que gotea en cada palabra y en cada mirada. Y lo que más estremece es que su mayor satisfacción parece residir en provocar sufrimiento.

Desde su retorno, cada día se ha convertido en una cuerda tensa que amenaza con romperse en cualquier momento. Sus ataques se han centrado en los de siempre: en Curro, al que no le perdona haber contribuido a su detención, y ahora también en Ángela, que se convierte en víctima de sus desprecios y de su hostilidad. Para Lorenzo, el dolor ajeno es un combustible, y cuanto más consigue intimidar a quienes considera débiles, más fuerte se siente.

Lo que resulta incomprensible para muchos es la pasividad de don Alonso, el marqués. Es evidente que Lorenzo supone una amenaza constante para su hijo Curro, y todos saben que fue él quien entregó los papeles que facilitaron la detención del capitán. Entonces, ¿cómo es posible que el marqués no haya tomado una decisión tajante para proteger a su hijo? Bastaría con imponerle límites claros: prohibirle acercarse a Curro y advertirle de que cualquier intento de intimidación le costaría la expulsión inmediata del palacio. Pero esa firmeza nunca llega, y en esa falta de control reside gran parte del problema.

Y es precisamente en este contexto de tensión y desprotección donde Lorenzo dará un paso definitivo. Esta vez no se trata de simples amenazas o humillaciones verbales. Lo que está planeando es un acto de tal gravedad que marcará un antes y un después. No hablamos de una escena desagradable ni de un insulto, sino de un delito en toda regla. Algo imperdonable que afectará directamente a Curro y a Ángela, pero que tendrá repercusiones en todos, pues el impacto de sus actos sacudirá hasta el último rincón del palacio.

Los detalles exactos aún permanecen bajo cierto misterio, pero basta con decir que el nivel de maldad que demostrará Lorenzo será insoportable. Lo que él busca no es simplemente vengarse; su intención es arrastrar a sus enemigos a un abismo del que no puedan salir. Quiere aniquilar su tranquilidad, destruir la poca paz que les queda y demostrar que, pese a todo, sigue siendo el que controla la partida.

Curro, por su parte, se siente atrapado en una espiral sin salida. Después de haber arriesgado tanto, la sensación de impotencia lo invade. Una y otra vez repite que Lorenzo tiene contactos en todas partes, incluso en el mismísimo infierno, y que siempre encuentra una forma de escabullirse de la justicia. Es una lucha desigual en la que parece que la balanza siempre se inclina a favor del capitán.

Ángela tampoco está en mejor situación. Vive cada día bajo la sombra de ese hombre que amenaza con destrozar su vida. Su miedo es constante, y aunque intenta mantener la calma, el simple hecho de compartir techo con él es suficiente para hundirla en la desesperación. Pero incluso en medio de tanto terror, ambos —Curro y Ángela— saben que la cuerda no puede tensarse eternamente. Tarde o temprano, algo tendrá que romperse.

Este acoso implacable solo puede resolverse de dos maneras: con una huida desesperada que los arranque del palacio, o con un enfrentamiento directo que ponga fin a todo de una vez por todas. Y lo que parece más probable es lo segundo. La idea de que los personajes centrales abandonen el escenario principal no tiene sentido narrativo, lo que nos lleva a pensar que lo que está por venir será un choque frontal entre el capitán y sus víctimas.

El ambiente en el palacio ya es irrespirable. Cada vez que Lorenzo cruza una puerta, el aire se carga de tensión. Cada vez que se sienta a la mesa, todos se estremecen. El miedo está presente en cada rincón, y pronto ese miedo dará paso a la desesperación. Ni siquiera la postiza logrará mantener la compostura, llegando al borde de los nervios por las maquinaciones del capitán.

Lo que sí está claro es que Lorenzo no podrá escapar de las consecuencias eternamente. En La Promesa hemos visto muchas veces cómo los villanos parecen tener la ventaja durante largo tiempo. Recordemos cómo Leocadia —antes doña Cruz— parecía siempre salir airosa, o cómo algunos malhechores mantenían el control gracias a los recursos narrativos que mantenían al público enganchado. Pero también hemos visto que tarde o temprano la justicia, de una forma u otra, termina imponiéndose.

Ejemplos sobran: Cruz acabó en la cárcel tras sus múltiples intrigas; Valentín, después de secuestrar a María Fernández, terminó abatido a tiros por la Guardia Civil; Gregorio Castillo, tras hacerle la vida imposible a Pía, recibió su castigo definitivo de la mano de Rómulo Baeza, que le disparó para vengar todo el sufrimiento causado. En cada caso, aunque el dolor se prolongó, el mal tuvo su desenlace inevitable.

Por eso, aunque lo que Lorenzo está a punto de hacer nos hará sufrir, no hay duda de que no podrá librarse de pagar el precio. Lo más probable es que, en esta ocasión, la Guardia Civil tenga que intervenir nuevamente, como ya ha ocurrido en otras tramas. Cuando eso suceda, el capitán se quedará sin margen de maniobra, y todo lo que ahora parece controlado por él se volverá en su contra.

Lo que veremos esta semana en La Promesa es el inicio de esa caída. Lorenzo dará un golpe tan cruel que pondrá al límite a todos, pero con ese mismo movimiento habrá firmado su sentencia. Puede que tarde algunos capítulos más, pero está claro: el capitán garrapata no saldrá indemne.

Así que prepárate, porque lo que se avecina es fuerte. Muy fuerte. Los Luján estarán contra las cuerdas, los criados vivirán en un estado de angustia constante y Curro y Ángela serán arrastrados al extremo. Pero al final, el que caerá será Lorenzo. La justicia, ya sea divina, humana o poética, terminará por alcanzarlo. Y cuando eso ocurra, el palacio de los Luján podrá, por fin, respirar de nuevo.