En el episodio más desgarrador hasta ahora de La Promesa, Simona se convierte en la inesperada heroína en una historia de veneno, poder y silencios rotos. Bajo el brillo engañoso del sol que acaricia los jardines del palacio, una sombra mortal se cierne sobre la pequeña Rafaela, hija de Catalina y Adriano, cuya salud se deteriora misteriosamente. Mientras los nobles de la casa se consumen entre apariencias y orgullo, una cocinera lucha sola contra la injusticia.
El silencio no es una opción
Todo comienza en la cocina, el último refugio de autenticidad en un palacio ahogado por secretos. Allí, Simona, entre cuchillos y hierbas, observa impotente cómo la fiebre consume a la niña. Cuando los médicos de renombre se niegan a intervenir por miedo al apellido Luján, ella toma una decisión audaz: recomienda a el doctor Guillen, un hombre sin títulos ni fama, pero con manos sabias y corazón puro. Catalina, desesperada, acepta.
Pero la esperanza dura poco. Leocadia y Lorenzo irrumpen en la cocina como una tempestad, humillando a Simona por atreverse a interferir. Acusan al doctor de incompetente, le niegan autoridad y amenazan con despedirla si vuelve a cruzar la línea. Simona, con lágrimas contenidas y el alma desgarrada, se refugia en el patio donde su amiga Candela le recuerda su lugar en el mundo de los poderosos. Pero Simona ya no acepta su rol de espectadora: “No soy solo una cocinera”, dice. “Soy una mujer, soy un ser humano, y esa bebé se está muriendo”.
La sospecha se convierte en certeza
Pronto, Catalina confirma lo impensable: el doctor Guillen ha desaparecido. Sin despedirse, sin dejar rastro. Para Simona, la respuesta es clara: alguien ha hecho que desaparezca a propósito. Leocadia y Lorenzo, con su desprecio por la vida de Rafaela y su miedo al escándalo, tenían motivos y medios. ¿Y si el veneno no está solo en la fiebre de la niña, sino en las acciones de quienes desean silenciar la verdad?
Determinada a salvar a la pequeña, Simona propone un último recurso desesperado: acudir a “la abuela de las hierbas”, una curandera del pueblo con fama de milagros. Pero hay un problema: la mujer odia a los nobles y solo aceptará venir si Simona la convence en persona. Catalina, con la esperanza renacida, da su bendición. “Haz lo que sea necesario. Tráela.”
Cara a cara con la sombra
Pero Simona no se marcha antes de ajustar cuentas. Entra sin pedir permiso a los aposentos de Leocadia, y la confronta directamente: ¿Qué pasó con el doctor Guillen? Leocadia niega, insulta, amenaza. Pero Simona, con dignidad inquebrantable, le lanza una promesa: “Si esa criatura muere, yo gritaré su nombre. Señalaré a los culpables.”
En un estallido de furia, Leocadia intenta abofetearla, pero Simona le detiene la mano en el aire. Por primera vez, la arrogancia se quiebra frente a la valentía de una mujer sencilla, pero decidida. “No vuelva a ponerme una mano encima”, le advierte con una voz que no necesita gritar para helar la sangre.
El plan
De vuelta en la cocina, Simona no descansa. Machaca hierbas, prepara una infusión, y con paso firme se dirige a la biblioteca del marqués. Allí deja una bandeja, una nota, y desaparece entre las sombras. Mientras tanto, Catalina confronta a su padre Alonso por la indiferencia con la que el apellido Luján ha sellado el destino de su nieta. La respuesta del marqués es un espejo de impotencia: la familia está sola.
Simona ya no confía en nadie más. Esta noche, ella misma buscará la cura. Pero la salvación de Rafaela no será suficiente. La verdad debe salir a la luz.