En la gran sala de La Promesa, donde los ecos del pasado aún flotan entre sus paredes doradas, ha aparecido un objeto capaz de cambiarlo todo: un retrato. No uno cualquiera, sino una imagen viva, vibrante, casi maldita, que porta no sólo la figura de Cruz, la marquesa caída, sino también el peso de sus pecados, sus manipulaciones y su legado de terror.
Colocado por manos silenciosas, bajo órdenes no reveladas, el retrato ha sido situado en la pared central, presidenciando el palacio como si la mismísima Cruz hubiera regresado desde el más allá para observar, juzgar… y condenar. Nadie esperaba que una pintura pudiera traer semejante caos, pero el cuadro no tardó en convertirse en el epicentro de un terremoto emocional y social dentro del palacio.
El Murmullo del Servicio: El Regreso de la Sombra
Todo empezó en el comedor del servicio. Candela, temblando, apenas podía sostener la cesta de pan. “¿Lo habéis visto?”, susurró con terror. Para ella y muchas otras, la marquesa había vuelto. Simona intentó calmarla, pero sus palabras carecían de firmeza. Angela, siempre pragmática, fue más lejos: “Eso no es solo pintura. Es maldad disfrazada de arte.”
El miedo creció rápidamente. Algunos afirmaban que los ojos del cuadro te seguían por el pasillo; otros, que sus labios esbozaban una sonrisa de desprecio. Pero todos coincidían: Cruz no se había ido. Estaba allí, silenciosa pero omnipresente.
Reacciones en Cadena: Del Pragmatismo a la Angustia
El primero en verlo desde un punto de vista diferente fue Lorenzo, el capitán. Para él, el retrato era una oportunidad: “Esto vale una fortuna,” murmuró, relamiéndose. “Tal vez Alonso quiera venderlo.”
Pero no todos podían separar arte de trauma. Martina, al ver a su tía retratada, sintió un nudo en el estómago. Aquella mujer había intentado destruir su amor, su futuro. “Tenemos que quitarlo,” le dijo a Curro, con una mezcla de rabia y miedo. Él, sin embargo, permanecía en silencio, atrapado en su propia ambivalencia.
La reacción más devastadora fue la de Manuel. Al cruzar la puerta del salón, sus rodillas casi cedieron. El rostro pintado le devolvió la mirada, pero él no vio a una madre. Vio a una asesina. Vio a la mujer que le había arrebatado a Hanna, su amor verdadero, con fría determinación. Llorando, confesó a Enora y Toño: “Es ella. Ha vuelto. Me está mirando. Sabe que la odio.”
Órdenes de Alonso: El Retrato No Se Mueve
La tensión llegó a su punto máximo con la llegada de Cristóbal, el nuevo mayordomo. Reunió a todos con su voz firme: “He recibido órdenes directas del marqués Don Alonso. Nadie tocará el retrato. Debe permanecer donde está.”
Pero no se detuvo allí. “A partir de hoy, se acabaron los almuerzos en comunidad. Habrá turnos. Eficiencia, no fraternidad.” La noticia cayó como un rayo. Las comidas eran el único respiro para el servicio. Ahora también eso les era negado.
Martina Cae, Catalina Calla, y la Guerra de Primas Estalla
El poder del retrato parecía crecer. Martina, obsesionada, se acercó al lienzo, como si pudiera desafiar a su tía difunta. Pero algo se quebró en ella. Las rodillas le fallaron, cayó al suelo con un suspiro. Catalina gritó. La tragedia era inevitable.
Y como si la casa no estuviera ya al borde del colapso, el mundo exterior presionaba. El varón Valladares recordó a Catalina el plazo para anular la reforma laboral. Martina, al descubrir que su prima sabía del vencimiento y no le dijo nada, explotó: “¿Lo sabías? Me dejaste sola.”
Catalina, herida, respondió con frialdad: “Estaba buscando una solución. No todo es blanco o negro.”
La alianza entre primas se rompió con esa frase. Lo que antes era sororidad, ahora era desconfianza total.
López, el Cocinero Errante, y el Peso de las Miradas
López, convertido en camarero por órdenes de Cristóbal, vagaba como alma en pena. Para él, el cuadro era más que una pintura: era una grieta en su pequeña paz. Su rostro, que antes sonreía con facilidad, ahora estaba siempre tenso, mientras evitaba las miradas acusadoras de todos y el juicio silencioso del lienzo.
Petra: Entre el Amor y la Maldición
La más afectada, en silencio, era Petra. Para ella, Cruz era más que una marquesa: era una figura materna, su guía, su opresora. Cada vez que pasaba frente al retrato, los recuerdos la golpeaban. En su habitación, Petra lloraba sola. ¿Cómo se llora a alguien que te salvó y te destruyó al mismo tiempo?
El Marqués Desnudo: Una Lágrima a Medianoche
Ni siquiera Alonso se libraba del hechizo. Por fuera, seguía siendo el hombre fuerte, el líder. Pero por las noches, solo en la gran sala, se detenía frente al retrato. No hablaba. Solo miraba. Y una noche, una lágrima traicionera descendió por su mejilla. Aún la amaba, aún la odiaba. El cuadro era su cruz.
¿Redención o Perdición?
Martina, arrepentida de su dureza, fue a buscar a Catalina. Pero su prima, aún herida, no la miró. “El daño ya está hecho,” dijo sin levantar la vista. El cuadro, colgado como una sentencia, seguía allí. Inmóvil, pero presente. Y con él, una promesa: la condena de Cruz estaba lejos de terminar.
¿Fue el retrato una trampa final de la marquesa? ¿Quién fue el artista que logró capturar su maldad con tanta fidelidad? ¿Qué otra verdad aún aguarda, enterrada bajo capas de lienzo, sangre y silencio?
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