
La noche en La Promesa se convirtió en un punto de inflexión que marcó la vida de todos sus habitantes. Curro y Ángela, con el miedo latiendo en cada paso, emprendieron una huida desesperada para liberarse de la persecución del capitán Lorenzo, un hombre que se había vuelto sombra, cazador y verdugo. Con el corazón acelerado, Ángela sentía cómo la angustia le comprimía el pecho, mientras Curro se aferraba a la determinación de no dejarla caer presa de aquel enemigo implacable. Todo parecía perdido hasta que, en el último instante, Alonso irrumpió en escena a caballo, interponiéndose en el camino de Lorenzo y disparando para herirlo en el hombro. Ese gesto no solo salvó a la pareja, sino que simbolizó la defensa de su casa, de su honor y de la libertad que ambos jóvenes buscaban con tanta desesperación.
Al mismo tiempo, las paredes de La Promesa guardaban otra batalla igualmente peligrosa. Manuel, tras semanas de sospechas, terminó de descubrir que Enora no era quien aparentaba. Su rostro angelical ocultaba la verdad: trabajaba como espía del conde de Belmonte, con el fin de sabotear sus planos aeronáuticos y destruir el futuro de los Luján. Cada trazo mejorado en los documentos robados era prueba de que formaba parte de una conspiración mucho mayor, donde el propio capitán Lorenzo también tenía un rol crucial. El hallazgo de una carta dirigida al conde dejó sin margen de duda la magnitud del engaño: querían arruinar no solo el sueño de Manuel, sino apoderarse de las tierras, el agua y la herencia de toda la familia. La traición fue aún más amarga cuando se reveló que Leocadia, desde dentro de la casa, había facilitado la desaparición de los registros de propiedad, colaborando de manera indirecta en el plan del enemigo.
Mientras tanto, Martina y Adriano, conscientes de la amenaza, buscaron con afán aquellos documentos perdidos que confirmaban los derechos de la familia Luján sobre los pozos de agua. En un rincón olvidado de la biblioteca encontraron el compartimento secreto donde estaban guardados, rescatando así la garantía legal que protegía el legado del marquesado. Con ese hallazgo, se encendió una chispa de esperanza entre las sombras de la traición
Por otro lado, Vera libraba su propia batalla interior. La verdad sobre su origen había derrumbado todas las certezas de su vida, y aunque Federico le aconsejaba apartarse de los Duques de los Infantes, su corazón encontró refugio en Lope, el hombre que siempre estuvo a su lado sin juzgarla. Entre ambos nació una decisión firme: dejar atrás la mentira de la sangre y apostar por la familia elegida. En ese gesto, en ese vínculo que se fortalecía, germinaba un nuevo futuro lleno de promesas compartidas.
Ricardo, en cambio, se debatía en la culpa y la impotencia por la ausencia de Pía. Sus noches eran tormento, imaginando que ella podría no regresar jamás. Sin embargo, cuando el amanecer despuntó tras la noche más oscura, la sorpresa fue mayor que cualquier desesperanza: un carruaje apareció lentamente en el horizonte, y de él descendió Pía, exhausta, marcada por la experiencia, pero viva y de regreso. La emoción inundó la casa entera, y Ricardo, al verla, no pudo contener el grito de alegría que rompió la tensión de los días pasados.
En medio de todo, Alonso, que había enfrentado con furia y dignidad al traidor Lorenzo, se mantenía sereno en su despacho. Sabía que el peligro no había terminado, que tanto Belmonte como De la Mata seguirían urdiendo planes desde las sombras. Pero también comprendía que no estaba solo: sus hijos habían demostrado valentía, la casa había resistido y los vínculos familiares, aunque probados por la traición, se habían reforzado. Mirando el horizonte teñido por los primeros rayos del sol, entendió que el futuro sería incierto, pero que lo afrontarían unidos.
Esa noche en La Promesa no fue solo una batalla contra enemigos visibles, sino contra la desconfianza, la desesperanza y la soledad. Fue un recordatorio de que el peligro acecha incluso en los lugares más íntimos, y que la traición puede venir de quienes menos se espera. Sin embargo, también fue una demostración de resistencia: la fuga de Curro y Ángela, la valentía de Alonso al enfrentarse a Lorenzo, el descubrimiento de Manuel sobre Enora, la determinación de Martina y Adriano al rescatar los registros, la decisión de Vera de elegir su propio camino y el regreso milagroso de Pía marcaron un antes y un después en la historia del marquesado.
Al amanecer, las heridas seguían abiertas, pero el calor del sol devolvía a la casa un aire de esperanza. La larga noche había terminado, y con ella, se iniciaba una nueva etapa: una lucha renovada contra los enemigos externos, sí, pero sobre todo un compromiso de mantener la unidad interna, la fe en la justicia y la fuerza de una familia que, a pesar de todo, seguía en pie. La Promesa había sobrevivido a la oscuridad, y ahora estaba lista para escribir un futuro en el que cada paso sería una declaración de resistencia y de esperanza.