En las imponentes paredes de La Promesa, donde la nobleza es ley y la traición acecha en cada esquina, la verdad emerge con una fuerza demoledora: Curro Luján, durante años relegado a la servidumbre, es reconocido como hijo legítimo del marqués de Luján. Pero lo que podría haber sido un nuevo comienzo se convierte en una guerra sin cuartel. Con el peso de su nueva posición y la humillación años atrás sufrida, Curro despierta a un deseo insaciable de justicia. Ya no es un simple criado; es un heredero, y con ello, una amenaza para quienes lo despreciaron.
La revelación de su linaje sacude los cimientos del palacio. Mientras los murmullos de los criados se mezclan con las miradas envidiosas de los aristócratas, la furia de Curro crece. Su relación con Ángela, el único rayo de esperanza en su tormento, también se ve tambaleante. Ella lo ama, pero el abismo de clases entre ellos se vuelve más insalvable que nunca. “Siempre fuiste digno,” le susurra, pero él, consumido por el resentimiento, solo ve en su amor un obstáculo para la venganza.
La expulsión humillante de Petra, las conspiraciones urdidas en las sombras por Leocadia y su amante, y la brutalidad desatada de Lorenzo convierten la vida de Curro en un campo de batalla. Cada mirada es un juicio, cada palabra un dardo envenenado. Cuando Lorenzo lo arrastra al establo y lo somete a una cruel humillación, la rabia de Curro alcanza su punto de ebullición. Pero la verdadera prueba llega cuando Alonso, su padre por derecho, finalmente se enfrenta a la crueldad de Lorenzo. El marqués le advierte que su abuso contra Curro no será tolerado, pero Lorenzo, con su soberbia intacta, se niega a retroceder. En la penumbra de los pasillos, Leocadia lo arrincona y le ordena: “Curro debe desaparecer”. Su alianza sella un destino oscuro.
Mientras tanto, en el otro extremo del palacio, un mensaje de la casa real llega con un veredicto inesperado. Cuando Alonso abre el sobre, su rostro palidece y convoca a todos en el gran salón. La corte ha decidido, y Curro deberá enfrentarse a la prueba definitiva. En su reflejo ante el espejo, con la sombra de su pasado tras él y el peso de su nueva identidad sobre sus hombros, susurra su promesa: “Haré pagar a todos los que me arrebataron la dignidad”.
Pero, en su cruzada por la justicia, ¿será capaz de mantener su alma intacta o se convertirá en el mismo monstruo al que juró destruir? El bastardo humillado ha despertado, y su venganza no conoce límites. La Promesa está por arder.