Tras semanas de silencio, humillación y destierro, Cruz Izquierdo regresa a La Promesa. El palacio, aún marcado por la sombra de la tragedia de Hann, no está preparado para el terremoto que supone su reaparición. Ni Alonso, ni Manuel, ni mucho menos Leocadia pueden imaginar que esta vez Cruz no ha vuelto con las manos vacías. Ha vuelto con pruebas. Con venganza. Y con un secreto escondido en el objeto más visible de todos: un cuadro.
El regreso de una marquesa despreciada
En un día gris, como si el mismo cielo presintiera lo que se avecinaba, el carruaje de Cruz cruza lentamente la entrada del palacio. Los criados cuchichean entre las cortinas, conteniendo el aliento. Pía deja caer una bandeja al ver que no era un rumor: Cruz ha vuelto.
Al bajar del carruaje, vestida de negro y con el porte intacto de la marquesa, Cruz pisa firme. Pero la fachada del palacio le devuelve una mirada fría. El primero en verla es Alonso. Su voz es tensa. “Cruz…”
La respuesta de ella es igual de helada. Ninguno sabe si abrazar o mantenerse a distancia. Pero el verdadero golpe llega cuando Manuel aparece. Al verla, su rostro se endurece. Su voz, casi un látigo: “No me llames hijo. Hasta que pruebes que no mataste a Hann… para mí estás muerta.”
El reinado amenazado de Leocadia
Para Leocadia, la presencia de Cruz representa una amenaza directa al poder que lentamente ha amasado en su ausencia. El odio entre ambas se vuelve palpable desde el primer cruce de palabras.
En el gran salón, Cruz ordena colocar un cuadro —el mismo que había enviado desde prisión— en un lugar de honor. Leocadia irrumpe, con una sonrisa venenosa:
—”¿Volviendo a colgar tus retratos? Qué prisa por sentirte dueña otra vez…”
—”No necesito sentirme dueña, Leocadia. Lo soy.“
Lo que sigue es una guerra fría. Cada comida se convierte en una batalla de indirectas. Cada pasillo, una pista de duelo silencioso. Y en los pasillos traseros, se fragua una nueva conspiración.
Un nuevo complot: regresar a Cruz a prisión
Leocadia y Lorenzo, temiendo lo que Cruz pueda hacer, urden un plan para incriminarla. Utilizan antiguos contactos, consiguen pruebas falsas, y las plantan cuidadosamente en la habitación de Cruz: un frasco envenenado, una joya extranjera, documentos sospechosos.
Pero Cruz está atenta. Una criada le informa discretamente que vio a Leocadia rondando por la noche. Cruz inspecciona su cuarto y encuentra los objetos plantados. No hace un escándalo. No llora. Sonríe. Ha llegado el momento de jugar su última carta.
El cuadro: la trampa final
Ese cuadro, que todos vieron como un simple retrato, es en realidad el escondite de su arma más poderosa: una carta manuscrita por Leocadia, firmada de su puño y letra. En ella, confiesa conocer los negocios sucios de Lorenzo, las manipulaciones del caso Hann, y su participación en la alteración de pruebas.
Cruz había guardado esta carta por meses, esperando el momento perfecto.
La cena que lo cambia todo
Durante una elegante cena organizada por Alonso con nobles invitados, Cruz se pone en pie y pide la atención.
—“Ha habido un intento reciente de incriminarme nuevamente. Pero esta vez tengo la prueba.”
López retira el cuadro de la pared. Cruz extrae el sobre oculto. Lo abre. Y lee.
Los ojos de todos se clavan en Leocadia, que palidece de inmediato. Lorenzo se revuelve en su asiento.
—“Esa carta fue escrita por ti, Leocadia. Tú admites conocer el plan que puso en peligro la vida de Hann. Tú lo firmaste.”
Leocadia intenta negar. Lorenzo alega que no hay pruebas contra él.
Pero Cruz los mira a ambos con la seguridad de quien ha esperado mucho para ese momento:
—“¿De verdad crees que volvería sin cartas bajo la manga? Lorenzo, estás acabado.”
La llegada de la justicia
En ese instante, como si todo hubiese estado coreografiado, aparece el sargento Burdina. Toma la carta, la examina y comienza a leer en voz alta los fragmentos más incriminatorios.
—“Esto es una confesión. Y será entregada al juez inmediatamente.”
Leocadia intenta justificar que lo escribió bajo coacción. Nadie le cree. Alonso, perplejo, pide explicaciones. Cruz solo responde:
—“No lo digo yo. Lo pruebo.”
Burdina declara la detención de Leocadia y Lorenzo. El salón entero estalla en murmullos. Cruz, por primera vez en mucho tiempo, sonríe de verdad.
Cruz 1 – Leocadia 0
La guerra aún no ha terminado, pero la primera gran batalla la ha ganado Cruz. Su inteligencia, paciencia y capacidad de guardar secretos han vencido la malicia de sus enemigos.
Aún queda mucho por sanar —Manuel sigue siendo una herida abierta— pero con Leocadia tras las rejas, la marquesa ha recuperado no solo su título, sino el control de su historia.
Y todo, gracias a un cuadro. Un símbolo. Una trampa.
Una promesa.
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