Spoiler de la película ‘LA PROMESA’: El ascenso implacable de Leocadia tras la caída de Petra
En la historia de La Promesa, nos encontramos frente a un duelo silencioso que podría cambiar de manera definitiva el rumbo del palacio de los Luján. Por un lado está Petra Arcos, debilitada, al borde de lo que parece ser su final. Por el otro, Leocadia, conocida como la postiza, que cada vez gana más fuerza, astucia y espacio en ese universo cargado de secretos, traiciones y luchas por el poder. El contraste entre ambas mujeres marca un antes y un después dentro de la trama: mientras Petra se consume en la enfermedad, Leocadia se prepara para convertirse en la señora indiscutible del lugar.
Petra, que durante años fue una figura incómoda y, a su manera, un contrapeso dentro del palacio, ya no es la mujer férrea que se enfrentaba con carácter a los demás. Sus desmayos, la fragilidad de su cuerpo y la expresión cansada en su rostro son signos claros de que su tiempo se agota. Ella, que supo demasiado de los secretos de doña Cruz Izquierdo, que conoció los pactos ocultos entre nobles y sirvientes y que siempre representó un peligro potencial para los planes de Leocadia, ahora se encuentra al borde de desaparecer. Y con ella se irán también muchas verdades enterradas.
Esto, lejos de ser un simple desenlace personal, significa un giro fundamental dentro de la intriga de La Promesa. Porque Leocadia, al perder a Petra como rival, queda con el camino libre para desplegar sus planes más oscuros. La postiza ha demostrado desde su regreso –cuando fingió su muerte para reinsertarse con mayor fuerza– que su ambición no conoce límites. Su red se ha tejido poco a poco, ejerciendo un control asfixiante sobre su hija Ángela y manipulando sin descanso al propio marqués Don Alonso. Su estrategia se asemeja a la de una jugadora de ajedrez que espera con paciencia el momento exacto para mover ficha.
La debilidad de Petra se convierte así en la mejor arma de Leocadia. Cada secreto que muere con la enferma es un obstáculo menos que podría ponerla en jaque. En este juego entra también Cristóbal Ballesteros, el nuevo mayordomo y amante de Leocadia, apodado por muchos como el Rasputín de la Promesa. Su influencia y su relación con la postiza son piezas fundamentales en esta disputa. La gran incógnita es si Ballesteros tendrá compasión de Petra en sus últimos días o si, por el contrario, ayudará a acelerar su desaparición para reforzar la posición de su amante. Dado su carácter implacable y la fidelidad que ha demostrado a Leocadia, no sería extraño que inclinara la balanza en favor de ella.
De confirmarse la muerte de Petra, el tablero de poder en el palacio cambiaría radicalmente. Leocadia tendría la posibilidad de consolidar su dominio, sometiendo tanto a su hija como al marqués y proyectándose como la única figura con verdadero control dentro de los muros de La Promesa. La ausencia de Petra dejaría un vacío que sería rápidamente ocupado por los tentáculos de la postiza, eliminando así a una de las últimas personas que podía desenmascarar sus intenciones.
La narrativa encuentra además un paralelismo interesante con la historia real de Lucrecia Borgia, mujer acusada de intrigas, alianzas estratégicas y hasta envenenamientos, que supo usar las circunstancias a su favor en un mundo dominado por hombres. De manera similar, Leocadia aprovecha la debilidad de sus rivales para afianzarse en un poder que no solo desea, sino que considera su destino. La comparación no es gratuita: ambas representan esa figura femenina capaz de transformar la fragilidad ajena en la base de su propia fortaleza.
La caída de Petra no es, sin embargo, el único factor que podría catapultar a Leocadia hacia un dominio absoluto. Si Lorenzo de la Mata también fuera eliminado –ya sea por mano de la propia postiza, por un ajuste de cuentas de Curro o por una intriga doble que culpara al joven–, Leocadia eliminaría de una sola jugada otro obstáculo significativo. No sería la primera vez que actúa con astucia de ese modo, como demostró cuando inculpó a doña Cruz colocando el botón de su bata como prueba incriminatoria. El efecto sería devastador: con Petra y Lorenzo fuera del tablero, el camino hacia el poder absoluto quedaría despejado.
En ese escenario, ya no hablaríamos de la postiza como una impostora o una usurpadora, sino como la dueña indiscutible del palacio. Nadie podría negarle ese lugar, pues a través de su conocimiento de los secretos oscuros –negocios turbios, conspiraciones silenciadas, muertes encubiertas– tendría la capacidad de chantajear y manipular a todos los que permanecen bajo su sombra.
La situación se vuelve aún más crítica si consideramos que Catalina está ausente, doña Cruz se encuentra en prisión y Don Alonso carece del carácter necesario para imponerse como líder. Frente a esta falta de oposición, ¿quién quedaría en condiciones de hacer frente a Leocadia? Apenas Manuel podría representar una resistencia real, aunque su fuerza y capacidad de confrontación todavía generan dudas.
La trama, entonces, se perfila como una batalla silenciosa pero devastadora. La muerte de Petra no sería simplemente una pérdida, sino la apertura de puertas para que Leocadia consolide un dominio sin precedentes. Una figura que comenzó como un personaje marginal se prepara para transformarse en la gran antagonista, comparable con las mujeres más influyentes y temidas de la historia. El palacio de los Luján, que ha sido escenario de alianzas rotas, traiciones familiares y secretos nunca revelados, se convierte ahora en el terreno perfecto para que Leocadia corone su ascenso.
Si algo nos deja en claro este desarrollo, es que La Promesa no es solo un relato de amores y desamores, sino una profunda reflexión sobre cómo el poder, la astucia y la ambición pueden abrirse paso incluso en medio de tragedias personales. Petra, debilitada y en agonía, simboliza el fin de una era. Leocadia, con su red de intrigas y su sed insaciable de dominio, representa el futuro inmediato: un futuro oscuro, incierto y marcado por la manipulación. El duelo silencioso ha comenzado, y las consecuencias serán irreversibles.