El personaje de Catalina ha llegado a su fin

Amigos de La Promesa, lo que muchos temían finalmente se ha hecho realidad: la trama ha dado un giro radical y el personaje de Catalina ha desaparecido de escena, arrastrando consigo un mar de preguntas, sospechas y emociones encontradas. Lo que ha ocurrido no puede describirse de otra manera: Catalina ha sido secuestrada, arrancada de su entorno, de sus hijos, de su esposo y de la historia que hasta ahora la mantenía como una de las piezas centrales del engranaje narrativo. Su ausencia marca un antes y un después en la serie, y aunque algunos todavía guardan la esperanza de verla regresar, todo apunta a que no volveremos a disfrutar de su presencia. La confirmación de que la actriz Carmen Aas ya no figura en la cabecera, sustituida en los créditos por su compañero de ficción, Adriano, no hace más que reforzar la idea de que se trata de una salida definitiva.

El adiós de Catalina no llega solo: trae consigo un conjunto de cartas de despedida, dictadas bajo la presión de Leocadia y el barón de Valladares, que parecen más una herramienta de manipulación que una auténtica expresión personal. Una de esas cartas está dirigida a Adriano, a quien le confía la responsabilidad de los pequeños y la difícil tarea de sacar adelante a la familia. Otra, que aún debe leerse en pantalla, se encuentra entre las pertenencias de los niños y parece destinada a Martina, cuya reacción y futuro se verán inevitablemente afectados por esas palabras. La serie nos plantea así la gran incógnita: ¿hasta qué punto lo que escribió Catalina refleja su voluntad, y hasta qué punto es el resultado de una estrategia cuidadosamente urdida por Leocadia?

La marcha de Catalina tiene múltiples lecturas. Para muchos, supone el ascenso de Adriano como figura clave en la historia. Este personaje, hasta ahora algo secundario, comienza a ganar relevancia. Su arco recuerda inevitablemente a otros dramas televisivos, como Downton Abbey, donde un yerno inesperado acaba convirtiéndose en pilar de la familia tras la tragedia. Adriano parece encaminado a ocupar un rol similar: el de sostén de los Luján, alguien que se involucra en la administración de las tierras y se convierte en un apoyo para Alonso, un yerno útil y necesario en tiempos de crisis

Pero no solo Adriano se ve reconfigurado por esta ausencia. Martina también quedará atrapada en las redes de Leocadia. La carta que recibe podría ser la herramienta que utilice la intrigante mujer para manipularla, colocándola en una posición de poder sobre La Promesa pero, al mismo tiempo, convirtiéndola en marioneta de sus planes. Si Martina cae en la trampa, se abrirá un camino de manipulación y alianzas envenenadas, ya sea a través de Leocadia misma o de Jacobo, ese personaje enigmático que lleva demasiado tiempo en la serie sin que se le otorgue una verdadera trama

Y es que hablar de la salida de Catalina es hablar también de Leocadia, que emerge como la gran responsable de este desenlace. Desde su llegada al palacio, su obsesión ha sido apartar a Catalina, y lo ha conseguido. Primero, cuando trató de sembrar miedos en ella durante su embarazo para que abandonara el lugar. Ahora, tras meses de intrigas y manipulaciones, ha logrado su objetivo de manera definitiva. Su frialdad y su falta de escrúpulos recuerdan lo que ya había demostrado en el pasado: la capacidad de eliminar sin piedad a quien se interponga en su camino, como ocurrió con la trágica muerte de Hann.

La gran pregunta que todos nos hacemos es: ¿a dónde se han llevado a Catalina?. Los indicios narrativos nos permiten barajar tres hipótesis. La primera apunta al palacio de Cádiz, aquel que pertenecía al barón de Linaja y que fue vendido tras la caída en desgracia de Cruz. Existe la posibilidad de que Leocadia lo haya adquirido o lo utilice a través del barón de Valladares como testaferro, convirtiéndolo en el lugar de reclusión de Catalina. La segunda, menos probable y algo extravagante, sugiere que el destino sea la residencia del conde de Añil, lo cual reabriría la trama de Pelayo, aunque parece un giro poco lógico. Y la tercera, que cada vez cobra más fuerza, es la de un destierro a Cuba, la tierra de origen de Leocadia. Este exilio forzado significaría borrar por completo a Catalina del mapa, condenándola al aislamiento y a la imposibilidad de regresar o contactar con los suyos. Además, tendría un valor simbólico enorme: recluirla en un lugar marcado por la historia de Cruz y los Izquierdo, cerrando un círculo de venganza y justicia poética que resulta tan cruel como efectivo.

Lo cierto es que, más allá del destino concreto, lo que se respira en el ambiente es la sensación de injusticia. Catalina, que tantas veces luchó por hacerse escuchar, que resistió a los intentos de manipulación y que defendió su papel como madre y como figura fuerte de la familia, ha terminado arrancada de su hogar sin posibilidad de defenderse. Y es precisamente esa impotencia la que hace que los espectadores sintamos su final como algo personal. Catalina no es solo un personaje: se ha convertido en un símbolo. Su historia nos recuerda a todos los momentos en que hemos tenido que imponernos para ser tomados en serio, cuando nos hemos sentido ignorados o apartados. Por eso, su desaparición duele tanto: porque nos refleja, porque en cierto modo todos somos Catalina.

En este contexto, la trama se abre hacia múltiples direcciones. Adriano podría consolidarse como figura clave en la familia, Martina podría ser el nuevo blanco de las maquinaciones de Leocadia, y Jacobo quizá por fin revele su verdadero propósito. Mientras tanto, Leocadia se afianza como la gran villana, capaz de esperar pacientemente meses para ejecutar su plan y apartar a quien considera un obstáculo.

El cierre de Catalina, aunque doloroso, no deja de ser coherente con la lógica dramática de la serie: los personajes que simbolizan la resistencia ante la injusticia son los que más sufren, y su caída resuena en el corazón de los espectadores. Sin embargo, todavía queda un resquicio de incertidumbre. La reacción horrorizada de Catalina al leer los documentos del barón sugiere que ella conoce el lugar a donde será llevada. Ese detalle abre la puerta a posibles revelaciones futuras y mantiene viva una mínima esperanza de que, aunque ya no esté en pantalla, su destino siga influyendo en la trama.

Así, el adiós de Catalina no es solo el final de un personaje querido, sino también un punto de inflexión que redefine las dinámicas de poder, abre nuevas posibilidades para otros protagonistas y coloca a Leocadia en el centro de la tormenta. Pero al mismo tiempo, este cierre deja a los seguidores con un vacío difícil de llenar. Porque, en definitiva, Catalina representaba algo más que un rol dentro de La Promesa: representaba la lucha de todos nosotros por ser escuchados y respetados.

Y es por eso que hoy, con la voz entrecortada y el corazón encogido, no nos queda otra que despedirla con la frase que resume lo que sentimos: todos somos Catalina.