El palacio de La Promesa se viste de gala para celebrar una de las uniones más esperadas: la boda de Rómulo y Emilia. Con los jardínes decorados con esmero y la servidumbre reunida como testigo de este amor maduro y profundo, todo parece preparado para una ceremonia tranquila, emotiva y elegante. Sin embargo, nada en La Promesa es sencillo cuando los fantasmas del pasado deciden alzarse en el altar.
Días antes de la boda, Rómulo recorre los pasillos del palacio como quien se despide de una vida. Observa los rincones con nostalgia, da instrucciones a María Fernández y corrige por instinto una jarra fuera de lugar. Todo parece encaminado a una salida serena. Pero una conversación inesperada con el marqués Alonso cambia el destino de esa despedida.
Alonso, en un gesto solemne, le pide que no se marche sin antes casarse en el propio palacio, frente a todos. “Si te vas con Emilia, que sea con un compromiso sellado ante Dios y ante nosotros”, exige el marqués. Rómulo, conmovido, acepta bajo una condición: que todo el servicio pueda asistir a la ceremonia. Pero Petra, siempre firme, se opone. “Esto es un palacio, y los criados tienen trabajo que hacer”, argumenta. La tensión crece hasta que Alonso interviene con autoridad. La orden es clara: todos los criados asistirán. Petra, contrariada, acepta a regañadientes.
Con los preparativos en marcha, Petra empieza a sospechar que Rómulo planea algo más. Y tiene razón. El mayordomo ha decidido que no dejará el palacio sin revelar una verdad que ha guardado por años. En el altar, mientras el sacerdote inicia la ceremonia, Rómulo interrumpe el ritual con una voz firme pero emocionada. “Antes de decir mi sí, hay algo que necesito decir.”
El murmullo recorre a los presentes. Leocadia, sentada en la primera fila, se inquieta. “Tú, Leocadia Izquerdo, fingiste ser amiga de Cruz, pero en realidad la envenenaste con mentiras sobre Dolores. Inventaste un hijo ilegítimo, falsificaste cartas, manipulaste su corazón hasta convertirla en una sombra de sí misma.”
Leocadia grita, niega, se levanta con furia. Pero Rómulo no se detiene. “Cruz cometió errores, sí, pero la semilla del odio la sembraste tú. Y fue por tu veneno que Dolores murió.”
El silencio se apodera del lugar. Alonso se pone en pie. “¿Es esto verdad?”, pregunta con voz grave. Leocadia intenta responder, pero sus palabras no tienen fuerza. La verdad ha salido a la luz.
Rómulo, ya libre del peso de los años de silencio, toma la mano de Emilia. “Ahora sí, estoy listo para decir mi sí”. La ceremonia prosigue, pero el ambiente ya ha cambiado. Las miradas, antes llenas de alegría, están ahora marcadas por la revelación.
Días después, ya fuera del palacio, Rómulo y Emilia se instalan en una casa del pueblo. Pero la paz dura poco. Emilia empieza a sentir síntomas extraños. Un mareo, una sensación desconocida. Duda, pero lo sospecha: podría estar embarazada. “Puede parecer imposible”, le dice a Rómulo, “pero algo late dentro de mí”.
El futuro de La Promesa cambia para siempre. El amor ha vencido, pero las heridas del pasado están lejos de cerrarse. Y mientras nuevas vidas se gestan, las consecuencias de la verdad revelada apenas comienzan.