La oscuridad había caído sobre La Promessa como un manto denso, y lo que debía ser una noche de consagración para los Luján terminó transformándose en una batalla encubierta, tejida entre sombras, secretos y traiciones. La velada preparada meticulosamente por Lisandro y Leocadia pretendía proyectar una imagen de poder y estabilidad, pero en cambio, desató una tormenta que sacudió los cimientos del palacio.
Todo comenzó en el hangar, donde Manuel, acompañado de Toño, aguardaba con creciente ansiedad la posible reaparición de una figura enigmática. Dos noches habían pasado en vela, sin explicación clara de quién o qué buscaba esa persona que había irrumpido entre los planos del viejo aeroplano. Pero Manuel lo tenía claro: esa sombra buscaba los documentos de su padre, papeles que podrían esconder la verdadera causa de su muerte. Entre cartas de proveedores y registros de vuelo, se escondía un pasado que alguien estaba desesperado por borrar.
Mientras el frío calaba hasta los huesos y el silencio se hacía más espeso, Manuel dudaba entre confesarle a Jana la verdad sobre sus noches de vigilancia o seguir cargando con una mentira piadosa. Su relación ya estaba marcada por obstáculos, y ahora, con la aparición de una nueva mujer que afirmaba saber la verdad sobre la muerte de su padre, todo pendía de un hilo. ¿Quién era esa mujer? ¿Y qué la unía realmente a Manuel?
Al mismo tiempo, en las cocinas del palacio, otro terremoto tomaba forma: Petra Arcos había vuelto. No como una simple trabajadora, sino como una fuerza de poder decidida a retomar lo que consideraba suyo. Su llegada, como una reina exiliada que reclama el trono, dejó claro desde el primer momento que no venía en son de paz. Petra no estaba dispuesta a compartir su autoridad con Pía, la actual ama de llaves, y menos en vísperas de un evento crucial. Su tono, sus palabras, sus insinuaciones: todo era un desafío directo.
Rómulo, intentando mantener la armonía, defendía la labor de Pía, pero Petra tenía una misión: encontrar el mínimo error, la mínima grieta, y usarla para justificar su regreso total. Sabía que el banquete que se avecinaba sería el escenario perfecto para demostrar que sin ella, el servicio no podía sostener el prestigio de los Luján.
En paralelo, Ángela sufría silenciosamente el precio de su regreso. Leocadia la había aceptado de vuelta, pero no sin imponerle una humillación tras otra. Obligada a comer sola, a realizar las tareas más ingratas y a guardar silencio, Ángela se sentía más prisionera que sirvienta. Sus lágrimas se mezclaban con el agua mientras fregaba las ollas. Cada orden era un golpe, cada norma, una cadena.
Pero en los rincones más oscuros, una resistencia comenzaba a gestarse. Curro, Lope y la propia Pía se reunían en secreto bajo la luz de un farol. La revelación de que Vera, la doncella personal de Catalina, estaba vinculada al temido Duque de Carril –dueño de la joyería Yob y conocido por su crueldad– lo cambiaba todo. Vera no era simplemente una empleada: estaba atrapada, controlada por el Duque, víctima de una relación más cercana a la esclavitud que al amor.
Lope, visiblemente preocupado, compartió su plan: infiltrarse en la mansión del Duque. Sabía que el chef del Duque estaba buscando ayudantes para el próximo banquete. Si conseguía una recomendación, podría colarse dentro y descubrir qué mantenía a Vera atada a ese hombre. Con ayuda de Pía, quien conocía contactos entre los Marqueses de los Alerces, Lope tenía una oportunidad real. Curro, con su instinto protector y su amor por la justicia, no dudó: “Estoy contigo”, dijo.
De regreso en el hangar, la tensión alcanzó su punto más alto cuando una figura finalmente se dejó ver. Deslizándose como una sombra viva, la misteriosa intrusa volvió a entrar. Manuel y Toño estaban listos. Esta vez no la dejarían escapar. Pero, ¿qué descubrirían si lograban atraparla? ¿Una espía, una heredera, o una amenaza aún mayor?
Mientras tanto, el corazón del drama se trasladaba al palacio, donde se ultimaban los preparativos del banquete. Lo que debía ser una celebración de poder se convirtió en un campo minado de conspiraciones. Los rostros sonreían, pero cada gesto ocultaba un motivo. Manuel, atrapado entre el deber y el deseo, entre Jana y la mujer que decía conocer secretos sobre su padre, luchaba por no perder el control.
Yana, aunque no sabía todos los detalles, sentía la distancia creciente entre ellos. Las omisiones, las evasivas, las preocupaciones de Manuel eran como sombras proyectadas sobre su relación. La noche avanzaba, y cada minuto traía consigo una nueva grieta.
El gran banquete finalmente comenzó. Invitados ilustres, platos elaborados y discursos cuidadosamente ensayados llenaban la escena. Pero en el ambiente flotaba una electricidad difícil de ignorar. Petra no dejaba de vigilar. Pía, en constante tensión. Ángela, derrotada en silencio. Y Vera… desaparecida.
Justo cuando parecía que la noche culminaría en calma, un nuevo giro estremeció a todos: Catalina buscó a Vera y no la encontró. Su ausencia se volvió el nuevo centro de atención. Algunos creyeron que se había fugado. Otros, como Lope, temieron lo peor. Nadie sospechaba que, en realidad, Vera estaba a punto de enfrentarse cara a cara con la verdad de su pasado… y con su libertad.
La noche en que La Promessa casi se perdió fue una noche en la que todos se vieron obligados a elegir. Entre el deber y la verdad. Entre el poder y el corazón. Entre la obediencia y la rebeldía. Cada decisión tomada bajo las luces de ese banquete traería consecuencias. Manuel debía decidir si perseguía la verdad sobre su padre o protegía su relación con Jana. Curro debía elegir si seguía siendo un espectador o un actor en la lucha por la justicia. Y Vera… Vera debía elegir entre seguir siendo prisionera o alzarse, por fin, como una mujer libre.
Y tú, espectador, ¿estás preparado para lo que viene? Porque lo ocurrido en esta noche no es el final. Es apenas el principio de una verdad que podría acabar con los Luján… o salvarlos para siempre.