Cuando Seyran se sentó a escuchar a Ferit hablar sobre la fiesta de Nochevieja que se acercaba, una extraña sensación de tristeza envolvió su mente. La imagen de Kazim, su padre, siempre severo y distante, le impedía participar en las festividades y la alegría de la Navidad. Recordó cuando era niña, cuando toda la clase en la escuela debía dibujar una escena navideña. Seyran, junto con su hermana mayor, llena de esperanza, había dibujado una imagen cálida, en la que toda la familia se reunía alrededor del árbol de Navidad. Pero cuando Kazim vio el dibujo, se encolerizó y gritó, diciendo que era una tontería, algo que la familia no debía disfrutar. Ese momento la había perseguido durante años, haciéndola sentirse culpable cada vez que pensaba en la alegría que nunca había podido experimentar.
Seyran miró a Ferit, quien con entusiasmo hablaba de los planes para la fiesta de Nochevieja. Se sintió como una extraña, incapaz de compartir su alegría. Intentó sonreír, pero su sonrisa se vio forzada y no fue convincente. Ferit notó la diferencia en el estado de ánimo de Seyran. Le preguntó si algo le sucedía, pero Seyran solo negó con la cabeza y dijo que estaba bien. Ferit no quiso presionarla, pero sentía que algo no estaba bien. Después de que la fiesta terminó, Ferit acompañó a Seyran a su habitación. Se sentó junto a ella y suavemente le preguntó: “¿Qué sucede, Seyran?” Seyran permaneció en silencio por un largo rato, luego comenzó a contarle sobre su pasado, sobre los recuerdos dolorosos de la Navidad y la severidad de su padre. Ferit la escuchó atentamente, sin interrumpirla. Cuando Seyran terminó de contar su historia, él la abrazó y le dijo: “No eres responsable de lo que tu padre hizo. No mereces sufrir así.”