Nei prossimi episodi de La Promessa: il ritorno sconvolgente di Samuel
En las próximas entregas de La Promessa, la rutina aparentemente tranquila de la hacienda se verá alterada por un regreso que nadie esperaba. Tras un largo silencio y meses sin dar señales de vida, el padre Samuel irrumpirá de nuevo en el palacio de los Luján. Su llegada repentina desatará una oleada de sorpresa, dudas y emociones encontradas entre los habitantes de la casa. Lo que más desconcertará a todos será comprobar que no vuelve siendo el mismo hombre que un día se marchó; su semblante, su mirada y su actitud revelan un cambio profundo que inquietará especialmente a María Fernández, quien no podrá ocultar la conmoción al verle de nuevo.
En medio del bullicio matinal de los criados, con Simona organizando la cocina, Lope fisgoneando como siempre y María corriendo de un lado a otro, todo parecía seguir el curso normal de cualquier mañana en la Promesa. Sin embargo, tras esa normalidad se escondía un destino dispuesto a romper la calma. Un rumor comenzó a extenderse en la entrada principal, primero como un murmullo, luego como un eco que llamó la atención de todos. Fue Lope, movido por su insaciable curiosidad, quien salió primero y quedó paralizado por la sorpresa. Su reacción llamó a María, que al llegar al patio se encontró cara a cara con Samuel. Él estaba allí, con una maleta gastada entre las manos, la barba descuidada, el rostro cansado y unos ojos cargados de secretos. Y aun así, detrás de esa apariencia transformada brilló una sonrisa que ella nunca había olvidado.
El impacto fue inmediato. Los criados murmuraban, Simona llevó la mano a su boca incrédula y María apenas logró pronunciar su nombre con un hilo de voz. Samuel dejó caer su valija y avanzó hacia ella, confesando: “He vuelto, María”. Aquellas palabras, tan simples como demoledoras, sacudieron a todos. ¿Dónde había estado? ¿Por qué desapareció sin dejar rastro? Las preguntas se agolparon, pero la respuesta que ofreció heló el aire: Samuel ya no era sacerdote. Con firmeza declaró que había abandonado el sacerdocio porque no podía seguir viviendo una mentira. Su corazón, según confesó, nunca perteneció a la Iglesia, sino a otra persona: María.
La tensión en el patio era palpable. María, emocionada hasta las lágrimas, escuchó cómo él relataba sus noches en vela suplicando a Dios que le arrancara aquel amor imposible, algo que jamás logró. Ahora, liberado de su antiguo hábito, estaba dispuesto a luchar por ella. Ese instante marcó no solo el retorno de un personaje ausente, sino el inicio de una tormenta de pasiones prohibidas, secretos enterrados y decisiones capaces de alterar el destino de todos en la Promesa.
El primero en reaccionar fue Cristóbal, que apareció con semblante grave para advertir que la llegada de Samuel solo traería complicaciones. Lo condujo ante el marqués Alonso, quien le recibió con mezcla de sorpresa y desconfianza. El noble no tardó en recordarle que había partido siendo sacerdote, a lo que Samuel replicó con frialdad: “No me llame padre, marqués. Soy solo Samuel”. Su determinación desconcertó al marqués, que aunque receloso le permitió permanecer en la hacienda, consciente de que expulsarlo de inmediato generaría sospechas.
Mientras tanto, en los pasillos, Leocadia y Lorenzo observaban la situación con ojos críticos. Ambos coincidieron en que el regreso del ex sacerdote era un peligro latente. La mujer, con su habitual veneno, insinuó que lo peor aún estaba por llegar, sobre todo al notar la forma en que Samuel miraba a María.
Más tarde, en los jardines, Samuel y María tuvieron un encuentro cargado de emoción. Él le confesó sus miedos: temía que la hacienda lo separara de ella de nuevo. Pero también dejó claro su deseo de luchar por ese amor, ahora sin el peso del hábito. María, conmovida, admitió que nunca dejó de quererle, aunque era consciente de los riesgos y del juicio de los demás. Samuel, con voz firme, aseguró que ya no temía a los rumores, que lo único que importaba era ella. Y por primera vez, la acarició con ternura, sellando con ese gesto la liberación de un amor reprimido durante demasiado tiempo.
Justo en ese instante apareció Leocadia, con su habitual sonrisa maliciosa, burlándose de la escena. Pero Samuel, lejos de amedrentarse, la enfrentó con un tono gélido y amenazante, recordándole que sabía mucho más de lo que ella imaginaba y que, si era necesario, haría públicas sus intrigas. Leocadia quedó sorprendida por su determinación, consciente de que su permanencia en la hacienda pendía de un hilo.
La tensión continuó creciendo hasta que Samuel, decidido, pidió hablar en privado con Alonso. Cerrando la puerta del despacho, descargó sobre el marqués una verdad tan contundente que hizo temblar los cimientos de la Promesa. Alonso escuchó incrédulo y, finalmente, estalló en furia, decidido a cortar de raíz cualquier juego sucio bajo su techo. Salió de inmediato en busca de Leocadia y, sin darle opción a defenderse, la obligó a abandonar la casa en el plazo de un día. Su tiempo en la Promesa había terminado.
La humillación de Leocadia fue pública: los criados la observaron mientras descendía las escaleras acompañada por los baúles que contenían los restos de su falsa gloria. Aunque intentó mantener la compostura, su ira interior era evidente. En el patio, Lorenzo trató de detenerla y exigir explicaciones, pero ella, con frialdad, reveló que no se trataba de una derrota, sino del comienzo de algo mucho más grande. Con un brillo de venganza en la mirada, aseguró que en dos días algo sucedería en la Promesa, un acontecimiento que haría temblar sus muros y cambiaría el destino de todos.
Leocadia abandonó la hacienda con un aire de amenaza latente, dejando claro que su caída aparente no era más que el preludio de un contraataque devastador. Su promesa de venganza resonó como un presagio oscuro.
Alonso, por su parte, pactó con Samuel una condición crucial: el secreto que le había revelado jamás debía llegar a oídos de Manuel. El marqués temía que aquella verdad destrozara los frágiles lazos familiares que aún mantenía. Samuel aceptó con dudas, dividido entre su lealtad a la verdad y la promesa de silencio impuesta por Alonso.
Así, mientras María y Samuel se aferran a una esperanza recién recuperada, sobre la Promesa se cierne una sombra peligrosa. Los secretos no revelados pesan más que las palabras gritadas, y la amenaza de Leocadia promete regresar con fuerza para desatar una de las venganzas más despiadadas jamás vistas en la hacienda.
