Buenas, promisers, clippers

El capítulo de hoy nos deja con el corazón encogido y, al mismo tiempo, con la sensación de que estamos ante un punto de inflexión en La Promesa. Después de la despedida definitiva de Catalina, interpretada por Carmen Asecas, parecía que la trama necesitaba un respiro. Sin embargo, la ficción no se detiene y ahora todas las miradas se centran en otra figura clave: Petra Arcos, el ama de llaves más temida y odiada, cuya salud se encuentra gravemente comprometida.

Lo que hasta hace poco era un simple malestar se ha transformado en algo mucho más serio. El diagnóstico que se insinúa es demoledor: tétanos, una enfermedad que, situada en el contexto histórico de 1916, suena casi a sentencia de muerte. La rigidez, la parálisis progresiva y los desvanecimientos han comenzado a hacer estragos en Petra, al punto de dejarla tendida en el suelo en varias ocasiones. Hemos sido testigos de cómo María Fernández, cada vez más fuerte y decidida, ha tenido que auxiliarla y acompañarla en los peores momentos, llevándola a su dormitorio o sosteniéndola cuando apenas podía mantenerse en pie.

La ironía de todo esto es que Petra, que siempre se mostró implacable, distante y cruel con gran parte del servicio, ahora aparece ante nosotros vulnerable, derrotada por un mal invisible. Ese contraste remueve emociones: algunos espectadores celebran la posibilidad de librarse de un personaje odioso, mientras otros reconocen que, pese a sus defectos, Petra es esencial para el engranaje de la historia. Y, por supuesto, nadie puede negar que la actriz Marga Martínez ha convertido a Petra en un verdadero patrimonio de la serie, elevando el nivel de cada escena en la que participa.

El origen de la enfermedad parece claro: aquella herida en el jardín causada por un accidente relacionado con Cristóbal Ballesteros. La herramienta oxidada y contaminada habría sido la puerta de entrada para la bacteria que ahora amenaza la vida de Petra. En esa época, sin antibióticos disponibles y con escasos recursos médicos en lugares apartados como el palacio de Luján, las opciones de tratamiento eran mínimas. Lo que se podía ofrecer eran cuidados básicos: reposo absoluto, caldos nutritivos, cataplasmas improvisados y, con suerte, algún remedio de la botica del pueblo. Nada que realmente pudiera detener la toxina mortal que avanza por su organismo.

Los síntomas ya hablan por sí mismos: rigidez muscular, dificultad para mover los brazos, espasmos que la dejan sin respiración. Y lo peor de todo es que el desenlace del tétanos, si no se actúa con rapidez, suele ser la asfixia. La sola idea de que Petra pueda morir de manera tan cruel estremece incluso a quienes nunca le tuvieron simpatía.

Ahora bien, en medio de este panorama sombrío, surge una pequeña luz de esperanza. En 1916 ya existía un remedio experimental en algunas ciudades europeas: la antitoxina tetánica, un suero derivado de caballos inmunizados que podía neutralizar la toxina si se administraba a tiempo. El problema es que en Luján no hay acceso inmediato a ese recurso. Haría falta alguien con contactos, dinero e influencia para traerlo desde fuera.

Aquí es donde entra en juego la especulación: ¿quién podría mover cielo y tierra por salvar a Petra? El nombre que más suena es el del padre Samuel. El sacerdote, que además guarda en secreto su origen noble, podría aprovechar sus conexiones para conseguir el medicamento. Se trataría de una trama verosímil y muy del estilo de La Promesa: cuando todo parece perdido, un personaje inesperado interviene y cambia el rumbo de los acontecimientos. La sola imagen del padre Samuel gestionando discretamente la llegada de la antitoxina añade un matiz casi milagroso al relato.

Si esa medicina llegara a tiempo, Petra no mejoraría de inmediato, pero en cuestión de días podría comenzar a recuperarse. Eso sí, con secuelas: rigidez permanente en cuello o espalda, dolores crónicos o limitaciones físicas. Un recordatorio de que estuvo al borde de la muerte, y al mismo tiempo un recurso narrativo para humanizarla. Porque, ¿cómo no conmoverse ante la visión de Petra debilitada, necesitada de ayuda, quizá reconciliándose con quienes siempre despreció?

En este punto, resulta inevitable imaginar escenas cargadas de intensidad emocional: Petra confesando secretos al padre Samuel creyéndose próxima a la muerte; María Fernández convirtiéndose en su sostén, lo que podría suavizar la enemistad que siempre existió entre ambas; o incluso algún miembro inesperado de la nobleza moviendo influencias para salvarla, revelando sentimientos ocultos hacia ella.

El dilema de la serie es evidente: ¿deben los guionistas dejar que Petra muera, llevándose a la tumba todos los secretos que guarda sobre Cruz, Lorenzo, Leocadia y el resto? ¿O conviene mantenerla viva, aunque sea debilitada, para que siga siendo ese personaje incómodo pero indispensable que conoce demasiado de todos y que, en cualquier momento, puede hacer estallar una bomba de intrigas?

No olvidemos que la fuerza de Petra no reside solo en sus acciones, sino también en lo que calla. Su desaparición abrupta privaría a La Promesa de una fuente inagotable de conflictos y revelaciones. Por eso, aunque las probabilidades médicas sean mínimas, el guion puede regalarle una segunda oportunidad, transformándola en un símbolo de supervivencia en medio de la adversidad.

Al mismo tiempo, este arco dramático permite que María Fernández brille como nunca. La doncella, que siempre estuvo en el centro de las confidencias y situaciones clave, ahora se postula como la futura ama de llaves. Su compasión hacia Petra, su capacidad para sostenerla en el momento más crítico, la consolidan como una figura de peso dentro del servicio. Y si Petra finalmente sobrevive, quizás vea en María a la sucesora que nunca quiso aceptar.

El contraste con la reciente salida de Catalina hace aún más doloroso este posible adiós. Perder a dos personajes de tal magnitud en tan poco tiempo sería un golpe duro para los seguidores. Por eso, muchos confían en que la trama encuentre una vía para salvar a Petra, aunque sea a costa de convertirla en alguien diferente, marcado para siempre por la enfermedad.

En conclusión, lo que hemos presenciado no es solo un episodio más: es un aviso de que nada está garantizado en La Promesa. La salud de Petra pende de un hilo, y su futuro depende tanto de los recursos médicos como de las decisiones narrativas de quienes construyen esta historia. Puede que estemos a punto de despedirnos de uno de los pilares de la serie, o tal vez se avecine un milagro que la devuelva a la vida con nuevas fuerzas.

Lo único seguro es que cada minuto cuenta, y que los próximos capítulos nos tendrán al borde del asiento. Porque si algo nos enseña esta serie es que incluso los personajes más oscuros pueden convertirse en los más necesarios. Y quizá, después de tanto odio acumulado, llegue el momento de ver a Petra bajo una luz distinta: como una mujer que, pese a sus errores, merece una segunda oportunidad.