Catalina intenta huir con sus hijos, pero el Barón la atrapa

El amanecer del 22 de septiembre cubre a La Promesa con un manto fúnebre que anuncia desgracias inminentes. Desde el inicio, el ambiente está cargado de presagios: lo que debía ser un nuevo día se convierte en el escenario de pérdidas irreparables, secretos que estallan y planes perversos que encuentran su momento para ejecutarse.

Por un lado, Manuel de Luján se debate con sus sospechas hacia Enora, cuya aparente fragilidad le parece cada vez más un guion ensayado. Las lágrimas de la joven, su historia de orfandad y sufrimiento, lejos de conmoverlo, ahora resuenan como frases calculadas para manipular. En su interior, una certeza crece: Enora miente, y ha entrado en el palacio con intenciones ocultas. Determinado a descubrir la verdad, Manuel decide investigar su pasado, convencido de que detrás de la máscara de víctima se esconde un propósito mucho más oscuro.

Mientras tanto, en otro rincón del palacio, Catalina vive su propia tormenta. Desesperada por salvar a sus mellizos del acecho del Barón de Valladares, planea escapar en plena madrugada. Con sigilo prepara una pequeña bolsa con lo indispensable: ropa, unas joyas y dinero suficiente para empezar de nuevo. Despierta a sus pequeños con ternura y les promete que volarán lejos, como pájaros libres. Cargada de esperanza, baja por la escalera de servicio y cruza el patio, creyendo que la libertad está al alcance de la mano.

Pero su huida termina abruptamente. De entre las sombras surge el Barón, bloqueando la salida con una sonrisa cruel. No la sorprende, la esperaba. La acusa de querer secuestrar a los herederos y le ofrece una “oportunidad”: puede marcharse, pero sin los niños. Catalina se aferra a ellos con una desesperación feroz, negándose a soltarlos. Sin embargo, dos hombres al servicio del Barón irrumpen y la reducen con violencia. Entre gritos desgarradores y súplicas desesperadas, los mellizos son arrancados de sus brazos. El llanto de los niños clamando “¡mamá!” atraviesa la noche como un cuchillo, mientras Catalina cae de rodillas, rota y vacía, condenada a una libertad sin sentido: libre de huir, pero despojada de lo que más ama.

Al alba, la ausencia de Catalina y sus hijos provoca un caos general en el palacio. Adriano, devastado, corre por pasillos y habitaciones, buscando en vano a su esposa y a los mellizos. La familia y el servicio se contagian del pánico, mientras el Barón contempla la escena desde su estudio, satisfecho con la trampa perfecta. Poco después, recibe a un misterioso aliado que confirma la siguiente fase de su plan: Catalina será presentada como una madre inestable, incapaz de gestionar su herencia, lo que abrirá la puerta a despojarla de todo. Juntos celebran su cruel estrategia, disfrutando del dolor ajeno como si fuera una obra de arte.

Pero las intrigas no se detienen ahí. En las cocinas, Enora es presionada por Simona y Teresa para aceptar el compromiso con Toño, aunque Manuel ya ha sembrado la semilla de la duda en Simona respecto a la verdadera identidad de la muchacha. Al mismo tiempo, Vera se reencuentra con su hermano Federico, quien le confiesa que volver a casa sería un suicidio, pues ambos han sido acusados falsamente. Para ellos, el regreso soñado se transforma en un imposible, y solo queda sobrevivir, aunque sea a costa de renunciar a su pasado.

En paralelo, Pía Adarre se ve obligada a marcharse a Aranjuez por orden de Cristóbal. Su despedida es un acto de dolor colectivo: los criados la arropan con afecto, pero es con Curro con quien sella la promesa más desgarradora. Le confía a su hijo Dieguito, rogándole que lo proteja como si fuera suyo. Curro acepta con solemnidad, jurando dar la vida por él. Pía sube al carruaje, alejándose de La Promesa con la certeza de que tal vez nunca regrese, dejando tras de sí un vacío difícil de llenar.

La tensión alcanza un nuevo clímax con el maquiavélico plan de Lorenzo de la Mata. Leocadia lo confronta al descubrir que sus intenciones hacia Ángela son una venganza encubierta contra Curro. Lorenzo lo confirma con orgullo: casándose con Ángela, se convertirá en padrastro legal de su enemigo, sometiéndolo cada día a una humillación insoportable. Durante la cena, Leocadia anuncia el compromiso entre Lorenzo y Ángela, desatando una conmoción en toda la mesa. La reacción de Curro es devastadora: palidece, su furia y dolor lo consumen al ver que el hombre que más odia ahora amenaza con arrebatarle también a su madre.

Mientras tanto, otra sombra se cierne sobre la servidumbre: Petra empieza a mostrar signos alarmantes de enfermedad. Samuel, preocupado, intenta convencerla de dejarse atender, pero ella lo oculta con terquedad, dejando entrever que su fortaleza inquebrantable empieza a resquebrajarse.

El episodio se convierte así en un torbellino de traiciones, secuestros, anuncios inesperados y confesiones inquietantes. Catalina ha perdido a sus hijos en el intento de salvarlos, Manuel inicia una investigación que podría desenmascarar a Enora, Pía se despide en un exilio forzoso, y Curro queda atrapado en el maquiavélico plan de Lorenzo. En La Promesa nada volverá a ser lo mismo: el amanecer del 22 de septiembre no solo marca un día de dolor, sino el comienzo de una cadena de tragedias que cambiará para siempre el destino de todos sus habitantes.