Nei prossimi capitoli della serie La Promessa 
El regreso de Cruz a La Promessa marcará un antes y un después en la historia de la hacienda y en la vida de quienes la habitan. Tras un largo tiempo de ausencia, envuelta en rumores, acusaciones y un proceso aún inconcluso, la marchesa volverá a poner pie en su casa en medio de un ambiente cargado de tensión y sospechas. Nadie esperaba verla cruzar nuevamente esas puertas, y mucho menos con la determinación de reclamar lo que considera suyo por derecho. Sin embargo, su regreso no será recibido con brazos abiertos, sino con recelo, odio y un deseo latente de venganza por parte de sus enemigos, en especial Leocadia y Lorenzo, quienes verán en este acontecimiento una amenaza directa a todo lo que han conseguido.
La noticia de su retorno se propagará como un susurro venenoso entre los muros del palacio. Los criados se mirarán entre ellos con miedo, algunos fingirán indiferencia bajando las cortinas para no ser sorprendidos espiando, mientras otros, como Pia, no podrán contener la sorpresa de verla bajar de la carroza. El sonido de los cascos de los caballos resonará en el patio como un anuncio de guerra: la marcha de una mujer que no regresa derrotada, sino decidida a enfrentarse a todo y a todos.

Alonso la recibirá en el portón principal. Aunque intentará mantener la compostura de un noble, en su interior se debatirá entre la rabia, la duda y la necesidad de entender qué lugar ocupa esa mujer en su vida. Su imagen, vestida de negro, con un porte severo y una dignidad herida, lo golpeará como un puñetazo en el estómago. Entre ambos habrá un silencio cargado de todo lo que no se han dicho, hasta que un tercero irrumpa: Manuel. El hijo, devastado por el recuerdo de su esposa Ann, no será capaz de contener su odio hacia su madre. El encuentro será doloroso y devastador: Cruz extenderá su mano con ternura llamándolo “hijo mío”, pero Manuel, consumido por la rabia, le negará incluso ese vínculo. “No me llames así”, le dirá con una frialdad que le partirá el corazón. Aun con lágrimas contenidas, él dejará claro que, hasta que no se demuestre su inocencia, no la reconocerá como madre. Ese rechazo será como un cuchillo que hunda aún más la herida de Cruz, pero ella no derramará una lágrima frente a quienes esperan verla derrotada.
El regreso de la marchesa no pasará inadvertido. Leocadia, en especial, verá en él una afrenta imperdonable. Para ella, la estancia de Cruz en prisión había significado la oportunidad de ir ganando terreno, de acercarse a Alonso y de consolidar un poder que poco a poco había ido reclamando. El choque entre ambas mujeres será inevitable y ocurrirá frente a todos, en el salón principal. Cruz ordenará colgar su retrato en un lugar de honor, símbolo de que sigue siendo la señora de la hacienda, y Leocadia irrumpirá con arrogancia, intentando ridiculizarla. El intercambio de palabras será feroz, como un duelo de espadas. Leocadia se atreverá incluso a insinuar que pronto será ella quien ocupe el lugar de marchesa, apoyada por Alonso y sin la sombra del desprecio que carga Cruz. Pero la marchesa, firme y orgullosa, no se dejará intimidar: “Yo soy y seré siempre la marchesa”, le recordará con voz gélida, convirtiendo la sala en un campo de batalla silencioso.
La tensión se trasladará después a las sombras de la noche, donde Leocadia y Lorenzo tramarán en secreto un plan para destruirla definitivamente. Con astucia y engaños, prepararán pruebas falsas: objetos comprometedores, cartas manipuladas y frascos sospechosos que harán parecer a Cruz culpable de crímenes y conspiraciones. Su idea será simple: incriminarla y devolverla a prisión, de donde —según ellos— nunca debió salir. El veneno de sus palabras resonará entre las paredes, jurando no descansar hasta verla derrotada.
Pero Cruz no será una presa fácil. Una joven criada le advertirá que ha visto a Leocadia merodear cerca de sus aposentos en plena noche. Esto despertará en la marchesa un instinto inmediato de defensa. Revisando su habitación, hallará los objetos incriminatorios escondidos con sigilo, pruebas falsas diseñadas para hundirla. Lejos de enfurecerse, Cruz actuará con frialdad calculada: los devolverá a su lugar y decidirá esperar el momento adecuado para contraatacar. Y su oportunidad llegará pronto.
La clave de su venganza estará en un cuadro que ella misma había enviado al palacio durante su encierro. Para todos era un retrato de vanidad, pero en realidad escondía un secreto. Tras el lienzo se oculta una carta, escrita de puño y letra por Leocadia, donde confiesa su implicación en asuntos turbios y oscuros, incluso su conexión con el atentado que acabó con la vida de Ann. Esta prueba será el as bajo la manga de Cruz, y con ella planeará desenmascarar a su enemiga en el momento más inesperado.
Ese momento llegará durante una cena solemne organizada por Alonso. Los nobles se reunirán en un ambiente elegante y refinado, ignorando que la velada se convertirá en escenario de una revelación devastadora. Cuando el bullicio de las conversaciones se encuentre en su punto más alto, Cruz se levantará con calma, hará sonar su copa y pedirá silencio. Entonces, con una serenidad que helará la sangre de los presentes, anunciará que alguien ha intentado incriminarla. Ante la incredulidad general y las burlas de Leocadia, la marchesa ordenará retirar el cuadro. De su interior sacará la carta que contiene la confesión escrita por su enemiga. Frente a todos, leerá fragmentos de ese documento, señalando sin piedad a Leocadia como la verdadera artífice de múltiples engaños.
El salón estallará en murmullos. Alonso se verá sorprendido y dividido, los invitados quedarán atónitos, y Leocadia, pálida y temblorosa, intentará negar lo evidente. Lorenzo, desesperado, gritará que todo es una mentira, pero la firma en la carta será innegable. En ese momento aparecerá el sargento Burdina, que tomará el documento y confirmará que se trata de una confesión válida. La verdad quedará expuesta ante todos, y la justicia caerá sobre Leocadia y Lorenzo como una losa imposible de esquivar.
La detención de ambos marcará un giro radical en La Promessa. Cruz, implacable, observará cómo son llevados encadenados, consciente de que ha ganado una batalla crucial. Sin embargo, en su corazón no habrá satisfacción plena, sino la certeza de que la guerra apenas comienza. Porque en aquella casa, cada victoria abre la puerta a nuevas intrigas, y cada secreto revelado conduce inevitablemente a otro aún más oscuro.
El regreso de Cruz no será simplemente el retorno de una mujer a su hogar. Será el inicio de una guerra silenciosa, una partida de ajedrez en la que cada movimiento puede significar la victoria o la ruina. Una lucha de poder, venganza y resistencia que cambiará para siempre el destino de La Promessa.