Curro y Ángela planean huir. El capítulo 663 de La Promesa promete emociones al límite

El regreso inesperado de Lorenzo de Luján sacude los cimientos del palacio como un trueno en plena tormenta de verano. Su sombra oscura se cierne sobre cada rincón, y con ella el miedo se instala en los pasillos, en las miradas y en los silencios de los que allí habitan. Para Curro y Ángela, su vuelta no es solo una amenaza: es la confirmación de que el capitán no descansará hasta destruirlos. Consciente de ello, la pareja acelera un plan desesperado de fuga hacia Suiza, antes de que el acoso de Lorenzo los atrape definitivamente.

Pero la gran pregunta sigue flotando en el aire: ¿cómo logró Lorenzo salir de prisión en cuestión de semanas, cuando todo indicaba que pasaría meses, incluso años, tras las rejas? El misterio de su libertad no hace más que incrementar la tensión y alimentar la paranoia.

En paralelo, Alonso se enfrenta a la humillación más amarga de su vida: pedir ayuda al barón de Valladares, el hombre que más lo desprecia. El marqués se ve obligado a tragarse el orgullo y acudir a él, consciente de que el futuro de La Promesa podría decidirse en esa visita.

Por otro lado, la relación prohibida de Leocadia y Cristóbal sigue siendo clave en el entramado secreto del palacio. En sus encuentros clandestinos, no solo intercambian caricias y confidencias, sino también información que, de salir a la luz, podría dinamitar el delicado equilibrio de poder que sostiene la finca.

Mientras tanto, en la zona de servicio, la verdad golpea con fuerza. Simona y Candela no soportan más la culpa y confiesan a Manuel que fueron ellas quienes revelaron a Toño la mentira sobre su supuesto matrimonio. La traición hiere profundamente al joven marqués, que más que ira siente una honda decepción por la deslealtad de las cocineras.

Y, como colofón del capítulo, llega un reencuentro tan esperado como doloroso: Vera se encuentra cara a cara con su hermano Federico. Entre ellos brotan reproches, dudas y sentimientos encontrados que ponen a prueba no solo su relación fraterna, sino también las decisiones que marcaron el destino de la joven.

La atmósfera en La Promesa se ha vuelto irrespirable. No es el calor de agosto el que asfixia a sus habitantes, sino la presencia de Lorenzo, que se mueve por los corredores como un cazador que acecha a su presa. Su encarcelamiento había sido considerado una victoria, un respiro momentáneo, pero todos subestimaron su capacidad para regresar. Ahora, con su sonrisa helada y su mirada depredadora, cada gesto suyo es una provocación calculada.

Para Curro y Ángela, su simple existencia en la finca es como un nudo corredizo que se aprieta un poco más con cada hora. El plan de huida, que hasta hace poco era una posibilidad lejana, se ha transformado en una necesidad inmediata. En la vieja caballeriza, bajo la penumbra y el olor a paja seca, ambos sellan el pacto desesperado: marcharse cuanto antes, aunque no tengan todos los recursos. Curro está dispuesto a arriesgarlo todo, incluso la poca seguridad económica que han conseguido, con tal de huir del alcance de Lorenzo.

Ángela, aunque asustada, muestra una firmeza inesperada. Sus manos tiemblan, pero sus palabras son contundentes: no pueden esperar más. Ella también ha recibido las insinuaciones veladas del capitán, frases cargadas de veneno que dejan claro que su destino está marcado si permanecen en La Promesa. El miedo se mezcla con la determinación; saben que el tiempo juega en su contra.

Mientras ellos se aferran a la esperanza de un futuro en Suiza, Alonso libra su propia batalla. Acorralado por las deudas y con la finca al borde del colapso financiero, se dirige a la mansión del barón de Valladares. Su visita no es la de un igual, sino la de un hombre desesperado que implora ayuda. Cruz, herida en su orgullo, le advierte de la crueldad de su padre, pero Alonso sabe que no le queda alternativa. El marqués se arrodilla metafóricamente, aceptando la humillación de rogar a quien más disfruta viéndolo caer. Cada minuto de espera frente a las puertas cerradas del barón es una puñalada a su dignidad, pero también la única opción que tiene para salvar a los suyos.

En otro rincón del palacio, Leocadia y Cristóbal se encuentran en la biblioteca, envueltos en sombras y confidencias. Su romance prohibido es más que una pasión: se ha convertido en una alianza peligrosa. Entre susurros, Leocadia le confiesa que Jimena está obsesionada con descubrir los secretos de la finca y que cada día formula más preguntas sobre las cuentas y el destino del dinero. Cristóbal, con tono grave, le pide que vigile a su hija y lo mantenga informado, justificando la ocultación de la verdad como un mal necesario. Pero en el corazón de Leocadia comienza a crecer una duda: ¿a quién sirve realmente con esa información, y a quién está traicionando?

Al mismo tiempo, en las cocinas, Simona y Candela deciden enfrentar la culpa que las consume. Incapaces de soportar más el peso de la mentira, confiesan a Manuel que revelaron a Toño la verdad sobre su falso matrimonio. Esperan gritos y castigos, pero reciben algo peor: la tristeza y decepción del joven marqués, quien les recuerda que su precipitación pudo haber destruido la vida del muchacho. Para ellas, ese dolor silencioso resulta más devastador que cualquier reprimenda.

La jornada culmina con uno de los momentos más esperados: el reencuentro entre Vera y Federico. Los hermanos, separados por las decisiones de ella, se funden en un abrazo que pronto se rompe con reproches y acusaciones. Federico no comprende cómo su hermana renunció a una vida de comodidades por trabajar como doncella; Vera, con lágrimas y rabia, defiende que en La Promesa, aunque humilde, ha encontrado una libertad que jamás habría tenido bajo las cadenas de un matrimonio impuesto. El abismo entre ellos parece insalvable, y lo que debía ser un momento de alegría se convierte en un tribunal donde el amor fraternal se enfrenta a la incomprensión y al dolor.

Mientras todo esto sucede, Lorenzo observa desde las sombras con la calma del depredador que sabe que la presa no tiene escapatoria. Su salida de prisión no ha sido un accidente ni un gesto de justicia, sino el resultado de un acuerdo oscuro con alguien poderoso. Él no ha vuelto solo: es el caballo de Troya de un plan mucho mayor que busca desestabilizar a los Luján desde dentro hasta obligarlos a rendirse.

La tormenta que amenaza con arrasar La Promesa ya no es una metáfora. Es real, y Lorenzo se prepara para desatarla con cada paso, cada palabra y cada maniobra. En este tablero de ambiciones, secretos y traiciones, Curro y Ángela, Alonso, Vera, Leocadia y Manuel no son más que piezas de un juego cruel en el que el capitán se ha erigido como dueño absoluto.